Editorial

Los indultos y la plaza del reencuentro

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El presidente del Gobierno ha decidido indultar a los políticos catalanes condenados por su participación en la frustrada declaración unilateral del independencia en 2017. Se trata de una medida puesta en cuarentena por el Tribunal Supremo, rechazada por la oposición, cuestionada en su propio partido y ninguneada por los propios independentistas, que reclaman la amnistía y el derecho de autodeterminación. Un escepticismo general ensombrecido, además, porque se cuestiona si la iniciativa responde a un interés por permanecer en Moncloa, dado que necesita el apoyo del nacionalismo para seguir adelante con la legislatura.



En medio de este enjambre de sospechas, la medida está contemplada en la Constitución y, como afirma Pedro Sánchez, confía ser punto de partida para recuperar el diálogo en un conflicto enconado. La realidad es que la sociedad catalana está fracturada y el sentimiento independentista no ha parado de crecer en esta última década. De ahí que los obispos catalanes den la bienvenida a las “medidas de gracia”, siempre que vengan acompañadas de un proceso de reencuentro y perdón sincero dentro de la legalidad para restaurar una convivencia maltrecha. Lamentablemente, de cara a la galería, los políticos excarcelados no han mostrado signo alguno de arrepentimiento, si bien han dejado caer algún gesto de propósito de enmienda.

Alto riesgo

La arriesgada y cuestionada operación del Ejecutivo central conlleva un margen de riesgo alto, que puede pasarle factura en las urnas, pero también a todo el país, en caso de que para el independentismo no sea una estrategia más para debilitar la unidad. Por ello, la necesidad de andar con pies de plomo a partir de ahora, pero sin renunciar a una mesa en la que buscar puntos en común para restaurar la concordia, dentro del pacto del 78.

indultos Cataluña

Está claro que tensar más la cuerda no lleva a otro camino que al del enfrentamiento y que todos los que asuman las riendas a partir de ahora deben hacerlo con la mirada puesta en el servicio a la ciudadanía, sin distinguir el sentido del voto de unos y otros. Porque son los responsables públicos los que han alimentado la crispación, y a ellos compete devolver la paz a un pueblo, tanto el catalán como el español, que no se merece vivir en una constante polarización.

La Conferencia Episcopal Tarraconense siempre ha evitado echarse a la arena política, conscientes de que, a uno y otro lado del Parlament, todos han querido buscar su favor, pero sí está llamada ahora, desde la discreción y la prudencia, a establecer cuantos puentes sean necesarios para que el difícil y desdibujado camino que ahora se inicia no acabe en un precipicio, sino en la añorada plaza del reencuentro.

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