La cuenta atrás para la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá ya está en marcha. Francisco llegará con el polvorín político y social de los países de su entorno como telón de fondo y el foco mediático en la caravana de migrantes llamando a la puerta de Donald Trump que ha paralizado Estados Unidos en su empeño por levantar el muro con México. Cuando Roma designó Panamá como sede, no faltó quien consideró arriesgada la decisión, desconfiando de su capacidad organizativa. Sin embargo, hasta la fecha, tanto las autoridades públicas como la Iglesia local han demostrado estar a la altura de las otras grandes capitales que han acogido el evento juvenil más multitudinario del planeta.
Y no solo eso: la decisión del Papa de llevar de nuevo la JMJ a su continente resulta providencial. La actual coyuntura internacional urge a que esta JMJ se erija como voz de defensa y acogida de los derechos de tantos jóvenes migrantes que buscan un futuro atravesando Centroamérica. Esta JMJ es la oportunidad para que los jóvenes se presenten como auténticos canales de encuentro, que permitan trasvasar la idea de la migración como amenaza a una oportunidad de progreso en la diversidad.