Editorial

Los malabares de la cohesión

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La Asamblea Plenaria de primavera de la Conferencia Episcopal Española ha traído consigo una renovación de cargos en la cúpula eclesial. El arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, ha sido elegido presidente en primera votación, en unos comicios que no han dejado lugar alguno para las sorpresas. Junto a él, el cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, ejercerá de vicepresidente, y solo cambia por jubilación un miembro de la Comisión Ejecutiva, el órgano colegiado de gobierno.



Ambos tienen por delante un cuatrienio con diversos desafíos por delante, tanto de puertas para dentro como en relación a la presencia pública de la Iglesia, ante la opinión pública y la política. De hecho, ambos se encontraron de frente, nada más ser elegidos, con una de las asignaturas pendientes que no acaba de encauzarse: la lacra de los abusos sexuales.

El mero hecho de que el colectivo de víctimas estuviera apostado frente a la llamada Casa de la Iglesia habla de que todavía hay no pocos cabos sueltos a la hora de afrontar la crisis de la pederastia con la transparencia exigible, y situando en el centro a quienes han padecido las garras de los depredadores, pero también el negacionismo y el encubrimiento eclesial. El abrazo mostrado por ambos pastores a quienes clamaban “reconocimiento, reparación, indemnización y acompañamiento” es un gesto a reconocer, pero que debe concretarse sin demora en ese plan de justicia restaurativa integral que se está ultimando.

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Con esta cuestión por delante y los vaivenes que a buen seguro depararán las relaciones con el Gobierno, el tándem Argüello-Cobo afronta un complejo equilibro de fuerzas en el seno del Episcopado. Aunque el nuevo presidente afirmó en su primera comparecencia que “somos de un único bando, el bando del Evangelio y del Reino de Dios”, lo cierto es que coexisten sensibilidades más que diversas entre los obispos. Así podría interpretarse el hecho de que el presidente saliente, el cardenal Juan José Omella, convirtiera su discurso de despedida en una llamada a la comunión entre mitras y con Roma.

Tomar el testigo

Máxime ante las pistas que ofrecen algunas de las votaciones de la Plenaria. No en vano, el propio Omella ha tenido que ejercer de equilibrista para mantener al grupo, tal y como confesó, “siempre unidos, cohesionados”. Ahora, el arzobispo de Valladolid y el cardenal de Madrid toman el testigo de este complejo juego de malabares para materializar esa sinodalidad que solo se puede asentar desde la comunión. Una misión para la que no deberían perder de vista el consejo dado por Omella de forma tan espontánea como certera: “Esta Conferencia Episcopal está y quiere estar con el pastor que es el Papa, lo remarco para que nadie lo dude”.

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