Un 14,69% de los religiosos de nuestro país han dejado sus congregaciones en la última década. Así lo expone el informe Crisis de fidelidad en la vida consagrada: motivos y factores implicados, elaborado a petición de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) y al que ha tenido acceso Vida Nueva.
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Detrás de esta salida de los institutos de vida consagrada se encuentran motivos que no le son ajenos a quienes han sufrido de cerca o en primera persona este doloroso proceso: desde una insatisfacción generalizada a cuestiones afectivas, conflictos con los superiores, inmadurez, problemas psicológicos y de convivencia…
Una primera reacción a este estudio llevaría a considerar que la vida consagrada está sumida en una profunda crisis. No solo por la falta de vocaciones, sino por las lagunas que quedan al descubierto, tanto en la etapa de discernimiento y formación como en el día a día y las relaciones comunitarias. Algo, o mucho, falla cuando se producen tantas bajas.
Afortunadamente, el ejercicio de autocrítica que vienen realizando las familias carismáticas se refleja precisamente en el mero hecho de poner en marcha esta investigación como punto de partida para conocer por dónde se escapa esa pasión que llevó a un hombre o a una mujer a dejarlo todo por el seguimiento radical de Jesús.
Abrazar al hermano que se va
Pero también se ve esa capacidad de reacción interna en los pasos que los propios institutos han dado en estos años para acompañar a quienes deciden colgar los hábitos. Si hasta hace bien poco la actitud generalizada pasaba por dar la espalda a aquel que se marchaba por considerarle como un desertor, hoy se intenta abrazar el dolor del hermano que ha decidido poner un punto y aparte para encaminarle hacia la nueva vida a la que se siente llamado.
En cualquier caso, limitarse a pensar que solo los religiosos pasan por un bache acusándoles de infidelidad, como se ha llegado a sugerir en algún momento desde distintas estancias, supondría ignorar lo que sucede en las diócesis y en los hogares españoles. Basta echar un vistazo al número de divorcios, a quienes dejan el sacerdocio o a los fieles que han dejado de asistir a las parroquias tras el confinamiento, para darse cuenta de que toda la Iglesia está llamada a preguntarse el por qué tantos bancos se están quedando vacíos en catedrales, conventos y parroquias.
Solo cuando se afronte con valentía esta cuestión, sin ánimo de estigmatizar colectivos o señalar culpables con el dedo, sino más bien de apuntar hacia donde salir al encuentro de quienes deciden marcharse, se podrá constituir esa Iglesia misionera que plantea este pontificado.