Amén de los problemas con su rodilla, la Semana Santa de Francisco ha estado marcada por una preocupación constante por la guerra de Ucrania. En cada una de las alocuciones de las diferentes celebraciones del Triduo Pascual, el Papa se ha erigido en voz de la conciencia de la humanidad frente a la masacre que está sufriendo el país europeo.
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El Pontífice se ha volcado en palabras y hechos. Con toda la cautela que exige la diplomacia vaticana, no ha mencionado expresamente a Vladímir Putin, pero le ha condenado con dureza, al preguntarse, por ejemplo, “qué victoria tendrá el que planta una bandera sobre un montón de escombros”.
Grito por la paz y por la reconciliación
La presencia, durante toda la Semana Santa, del cardenal limosnero Konrad Krajewski habla de una cercanía casi física del Pontífice con el pueblo ucraniano. Y la decisión de que una mujer ucraniana y otra rusa portaran juntas, con sus familias y como amigas, la cruz del viacrucis organizado en el Coliseo romano habla de un valiente grito por la paz y por la reconciliación. Y aunque la tregua pascual que reclamó cayera en saco roto, ninguno de estos gestos son en vano. Incluida la oración.