El domingo 24 de septiembre, se celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, bajo el lema ‘Libres de elegir si migrar o quedarse’, una llamada a reconocer el derecho a la libre circulación, no solo como denuncia ante los poderes públicos, sino desde un compromiso eclesial en primera línea, no por sumarse de forma filantrópica al artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Más bien, sucede a la inversa, esta demanda brota directamente del “fui forastero y me hospedasteis” que Jesús encomendó a los suyos y que Francisco recupera hoy como encargo ineludible.
- A FONDO: Luca Casarini, el padre sinodal de los migrantes
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En esta ocasión, la Jornada se celebra en la antesala de la asamblea del Sínodo de la Sinodalidad. No debería pasar desapercibido que, entre los padres sinodales con voz y voto, el Papa haya invitado personalmente a Luca Casarini, fundador de Mediterranea Saving Humans, plataforma civil que coordina operaciones de salvamento de pateras a la deriva en el Mediterráneo.
El contacto de este activista italiano con los náufragos y con el pontífice argentino le ha llevado a un particular proceso de conversión que ha dado todavía más sentido a su defensa de la dignidad de los que considera “hermanos y hermanas cuyas vidas hoy valen menos que la nuestra”. Así lo comparte en una entrevista a Vida Nueva, en la que también expone cómo es la Iglesia en salida e “incómoda” que sueña y que compartirá ante el resto de participantes en el foro vaticano.
Sin duda alguna, el grito que lance en el aula sinodal no será una proclama en singular, sino en plural, en nombre de quienes se ven abocados a dejar su tierra, pero también como altavoz de quienes dan la vida por ellos en aras de acoger, proteger, promover e integrar al extranjero. No son pocos quienes, tanto en las sacristías como en los ambones, cuestionan la pastoral migratoria considerándola accesoria, cuando no denostada por criterios ideológicos, olvidando que defender la vida –desde su concepción hasta su muerte natural– exige blindar la dignidad de todas las vidas vulnerables.
Clemencia limosnera
También hay quien, presumiendo de tolerancia, de soslayo discrimina entre migrantes de ‘primera’ y de ‘segunda’ por su origen, credo o billetera, sentando a todos en el último banco, al considerarlos solo receptores de una clemencia limosnera, pero vetándoles con un halo de sospecha como protagonistas y sujetos activos de la comunidad.
Un obispo, un sacerdote, un religioso, un laico que no pone al que llega de fuera en el centro, no es Iglesia. Al menos, no es la Iglesia del Evangelio ni la Iglesia de la Sagrada Familia, que huyó a Egipto perseguida y que, a su regreso a Nazaret, también tuvo que buscar acomodo con el estigma del destierro. La Iglesia católica es la Iglesia sinodal de los migrantes.