Cuando en cualquier foro se habla de la pastoral penitenciaria, de inmediato se aprecia como impagable e incuestionable la labor entre rejas de los sacerdotes, religiosos y laicos. Sin embargo, esta compasión parece diluirse cuando se busca aplicarla al culpable de un delito, a quien se le continúa estigmatizando dentro de y fuera de prisión, negándole de forma natural una segunda oportunidad para salir adelante.
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De ahí la relevancia del reciente Congreso de Pastoral Penitenciaria como altavoz de reivindicaciones de quienes, viendo en el preso a Cristo ajusticiado, están convencidos de que es posible la redención. Entre las reformas que demandan, figura la más que razonable urgencia de implantar los trabajos en beneficio de la comunidad o el control telemático como opción prioritaria y no como alternativas a la cárcel ante ciertos delitos.
Integración real
El propio presidente del Episcopado, el cardenal Juan José Omella, expresó su rechazo a la cadena perpetua permanente revisable. Medidas todas ellas que hablan de la posibilidad de una integración real y, sobre todo, de no sepultar la dignidad en una condena social perpetua. Simple y llanamente, de misericordia en la justicia.