Europa atraviesa una carestía vocacional que parece no tener fin, tanto entre los consagrados como en el clero diocesano, pero también en el laicado. Conscientes de esta realidad, mientras se multiplican las facultades diocesanas de Teología y se sostienen los seminarios con aulas vacías, los religiosos españoles no solo vienen reajustando sus estructuras a este contexto mirando de reojo a las aves de rapiña que quieren aprovecharse de sus obras.
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En paralelo, están llevado a cabo un profundo, y no menos doloroso, ejercicio de discernimiento para afrontar con realismo, pero sin perder un ápice de esperanza, su ser y su hacer dentro de un contexto de envejecimiento y disminución de fuerzas. Prueba de ello es la Semana de Vida Consagrada organizada por el Instituto Teológico de Vida Religiosa de los Misioneros Claretianos. Junto a otras sanas reflexiones, el secretario general de la Conferencia de Religiosos (CONFER), Jesús Miguel Zamora, hizo un encargo a los presentes: “Debemos morir viviendo, no morir muriendo”.
Toda una provocación pascual que trasluce una impronta profética que, lejos de protegerse en unos cuarteles de invierno agrietados, vislumbra un futuro resucitador.