Editorial

Navidad 2019: el camino que lleva al belén y a Belén

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La carta apostólica ‘Admirabile signum’ es mucho más que una reflexión sobre el significado y valor del belén. Con ella, el Papa llama, una vez más, a los católicos a comprometerse en su envío como discípulos misioneros en lo cotidiano, reivindicando la tradición con mayor eficacia evangélica desde que fuera suscitada por Francisco de Asís en Greccio.

Y lo hace convencido de que puede ser un recurso catequético actual en la transmisión de la fe a los más pequeños, pero también a los adultos alejados, ajenos a la institución eclesiástica o que tienen adormecida su fe, pero con un poso de cristianismo cultural que puede ser despertado.



La representación de la Natividad se convierte de esta manera en puerta de entrada de la Palabra en hogares, residencias, hospitales, tiendas, edificios públicos… En cualquiera de estos espacios, el belén puede dejar de ser un mero adorno si el cristiano de a pie se sabe testigo y portavoz de la Buena Noticia, que hoy pasa por presentar a un Dios que se encarna en la fragilidad de un recién nacido, que se hace así cómplice de las debilidades de quien lo contempla.

Vida Nueva se suma a esta propuesta con un relato en primera persona que habla de una vocación acunada en torno a un nacimiento, con un Pliego que profundiza en el significado bíblico del abeto navideño y una reflexión sobre el sentido de las luces.

Pero viajar a Belén y al belén implica hacerlo a la periferia, lejos de los centros de poder, allí donde están los desposeídos, en un establo donde solo tienen sitio los “sin papeles”, los que no tienen techo donde refugiarse. Es allí donde el Todopoderoso se abaja. No hay provocación mayor para aquellos que quieran ser seguidores de Jesús que nace desheredado y muere desahuciado. Ahí se encuentra la radicalidad de esta desnudez divina.

Volver al pesebre

Esa que puede resultar más complicada de redescubrir en el rostro dulce de la inconografía clásica del Niño, María y José. De nuevo, es el cristiano el que ha de llevar el contracultural mensaje de que el Príncipe de la Paz nace en la miseria. “Los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros”, insiste el Papa en su carta.

En medio de una sociedad en la que estas fiestas se desdibujan entre un consumismo exacerbado y un espíritu laicista sin sentido, Francisco devuelve a la Iglesia al pesebre, como epicentro de la historia de la Salvación para, desde su representación más plástica, contagiar la alegría del Evangelio.

Una manifestación de piedad popular que requiere de cristianos que, lejos de ser espectadores, ejerzan de corresponsales capaces de “armar el belén” allá donde estén y edificar esa Iglesia pobre y para los pobres que nace en Belén.

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