Editorial

Obispos para la comunión eclesial

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Editorial publicado en el nº 2.685 de Vida Nueva (del 28 de noviembre al 4 de diciembre).

El nombramiento del actual obispo de Palencia, José Ignacio Munilla, para ocupar la sede de San Sebastián en sustitución de Juan María Uriarte ha desatado no pocas críticas, tanto en el seno de algunos grupos políticos vascos de ámbito nacionalista, como en el seno de la propia Iglesia, preocupada por el diseño del mapa episcopal en España para los próximos años. Aun respetando las legítimas críticas procedentes del ámbito socio-político, con las que se puede estar o no de acuerdo, el nombramiento subraya la necesidad de un mayor esfuerzo en la tarea por seguir construyendo el misterio de la comunión, algo que, como ha reconocido el actual obispo donostiarra, “nunca es fácil en ningún rincón del mundo”, pero sobre lo que hay que seguir trabajando, pues “la comunión es elemento esencial e irrenunciable de nuestra adhesión eclesial”.

Al comunicar el nombramiento del nuevo pastor, Uriarte pedía a los fieles “cultivar la comunión y expresarla, aun en medio de las dificultades, con una fe adulta impregnada de amor eclesial”. El acento es más eclesial que político y, desde ahí, hay que hacer la lectura, sin desvíos estratégicos ni oportunistas, mirando para otra parte. Es un tema que afecta a la fibra eclesial y sobre el que hay que trabajar para evitar la dolorosa tentación de fragmentaciones que tanto daño han hecho a la comunidad cristiana en la historia.

Lo dice claramente Apostolorum Succesores, uno de los testamentos de Juan Pablo II, ya en la recta final de su pontificado: “El Obispo, principio visible de unidad en su Iglesia, está llamado a edificar incesantemente la Iglesia particular en la comunión de todos sus miembros y de éstos con la Iglesia universal, vigilando para que los diversos dones y ministerios contribuyan a la común edificación de los creyentes y a la difusión del Evangelio”. La promoción y búsqueda de la unidad se propone no como estéril uniformidad, sino como unidad en la variedad que el Obispo “ha de tutelar y promover con dedicación, acogida, bondad, justicia y comunión efectiva y afectiva con el Papa y sus hermanos en el Episcopado, con los presbíteros entre ellos y con él mismo, sin que ningún presbítero se sienta excluido de la paternidad, fraternidad y amistad del Obispo”.

No se trata de corriente ideológica, cuestión genética o simpatía personal. El Papa va más allá. Se trata de trabajar por la comunión, como viene haciendo Benedicto XVI con la Comunión Anglicana y con los disidentes seguidores de Lefebvre, acogidos de nuevo en la misma Iglesia. Urge reflexionar para que, aun reconociendo el legítimo derecho del Papa a nombrar obispos en su solicitud para con la Iglesia universal, se abran caminos que favorezcan en la práctica esa comunión en el corazón mismo de cada diócesis, familia, escuela y taller de ese misterio, que es don y tarea por la que Jesucristo derramó su sangre.

La oportuna reflexión ha de superar estrategias diseñadas por grupos eclesiales con jugadas ajedrecísticas y servir a la construcción de comunidades diocesanas que, de forma recíproca, intensifiquen la vivencia de la comunión con el sucesor de Pedro en el seno de la propia Iglesia.