Se prolonga la agonía. La decisión del presidente de la Generalitat de declarar la independencia para dejarla en suspenso un minuto después hace que a la situación de caos en la que se encuentra Cataluña se una ahora una agonía que hace más profunda la fractura y división social.
Aunque el documento firmado resulta ser simbólico y sin consecuencias jurídicas, el Gobierno catalán continúa actuando en la ilegalidad, aunque haya revestido de legitimidad un referéndum sin validez alguna, ingnorando a esa mayoría silenciosa que se manifestó en Barcelona el pasado 8 de octubre.
Bajo el amparo de un diálogo que se salta la Constitución, ha situado a los catalanes en tierra de nadie, en un abismo que puede generar un coste inimaginable para todos. Prueba de ello es no solo el éxodo masivo de las empresas, sino también el miedo generado en la población en relación a sus ahorros…
En esta encrucijada, la mediación eclesial se hace más apremiante que nunca. Eso sí, de una manera discreta e informal, como está ejecutando el cardenal Juan José Omella, con el apoyo del presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, y el respaldo de la Secretaría de Estado de la Santa Sede.
Sin entrar en cuestiones estrictamente políticas, la labor episcopal pasa ya por ganar tiempo, dar oxígeno y, sobre todo, rebajar la tensión con el fin de evitar “actuaciones irreversibles”, como advertía la nota del Episcopado ante el 1-0.
Esta misión harto complicada solo tiene un límite, el establecido por la Santa Sede de acuerdo al Derecho Internacional: respetar la legalidad constituida y respaldar el derecho de autodeterminación solo en caso de descolonización.
Pero, sobre todo, urge de los obispos catalanes otra mediación, la que ha de ejercitarse a pie de calle para acompañar en el desconcierto de los ciudadanos. Los vertiginosos acontecimientos de las últimas semanas saben a desazón, pero sobre todo a fractura emocional que ha desembocado en indignación popular, discriminación al que piensa distinto, falta de libertad de expresión…. En resumen, una violencia física y verbal que no se merecen los catalanes.
La polarización se palpa también dentro de la Iglesia. Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos tienen en sus manos sembrar una templanza que huya de toda ideología en aulas, presbiterios y espacios sociales. Solo desde la llamada a la reconciliación evangélica que sabe a pluralidad y a respeto a todas las sensibilidades puede curar y curarse la herida abierta.
La Iglesia no se puede permitir el lujo de sumar división, cuando está en sus manos ondear la bandera del ‘seny’.
A FONDO (SOLO PARA SUSCRIPTORES)
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- Análisis: Francisco y el Derecho Internacional Público. Por José Ángel López Jiménez, profesor de Derecho Internacional Público de la Universidad Pontificia Comillas/ICADE