El concepto de vida ‘low cost’ ha llegado hasta límites insospechados. La democratización del consumo ha provocado el acceso a determinados bienes y servicios inaccesibles hasta hace unos años para el común de los mortales. Sin embargo, desde las sociedades desarrolladas se mira para otro lado cuando se adquieren productos a precios sensiblemente más baratos, ignorando los abusos en la producción que pueden esconder detrás.
Frente a este fenómeno, la Iglesia ha sido una abanderada de un desarrollo sostenible, que se traduce también en la defensa de un comercio justo. Ahí entra de lleno la nueva carta de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que insta a vigilar la calidad del pan y del vino destinados a la Eucaristía y, por tanto, a aquellos que los preparan.
Más allá de la polémica por el gluten en las formas, lo cierto es que los bajos precios de las hostias que ofrecen empresas orientales ha supuesto la ruina para muchos conventos de nuestro país.
No es esta una llamada al proteccionismo, pero sí a reconocer el valor de lo artesanal, a esa “honestidad, responsabilidad y competencia” a la que llama la misiva frente a la tentación de ese ‘low cost’ insaciable.