Editorial

Resucitar con nombre de mujer

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Ninguno de los discípulos se acercó aquella mañana al sepulcro. Lo daban todo por perdido. Por muerto. Derrotados. Era el final. Solo ellas dieron un paso al frente. Las mujeres.

Es la primera escena del relato que anuncia la Resurrección. Ese recorrido hasta la tumba vacía sirvió como eje para la homilía del Papa durante la Vigilia Pascual. Los rostros de aquellas que acompañaron a Cristo más allá de la cruz le llevaron al Papa a poner en valor esa capacidad femenina “de aguantar, de asumir la vida como se presenta y de resistir el sabor amargo de las injusticias”, pero también “el impulso a caminar, a no conformarnos con que las cosas tengan que terminar así”. En la celebración eucarística más importante del año para los católicos, Francisco puso como ejemplo a las consagradas, a las madres y a las abuelas de hoy, que logran hacer renacer la esperanza contra todo pronóstico.

Ellas también cobraron protagonismo en el vía crucis del Coliseo, de la mano de la teóloga y biblista Anne-Marie Pelletier, que empapó su meditación con las lágrimas de las hijas de Jerusalén, para reconocer la fortaleza de todas aquellas que son víctimas de cualquier ataque o persecución.

Esta manera de visibilizar al menos a la mitad del pueblo de Dios supone un reconocimiento a todas esas mujeres que cada día hacen posible con su entrega que otros puedan hacer de su vida una Pascua, contagiarse de la alegría del Resucitado. Vida Nueva ha querido mostrar esos rostros concretos a los que se refirió el Papa. Mujeres como María Teresa, Aurora, Milagros y Soledad han ayudado al otro a enfrentarse a situaciones de oscuridad y muerte, para iluminar su noche desde la fuerza transformadora del Salvador.

Son mayoría en la Iglesia y, sin embargo, su voz sigue siendo silenciada, cuando no ignorada. De unos años para acá, desde la Santa Sede se reivindica un mayor peso de la mujer en la Iglesia que, sin pasar por un sistema de cuotas ni por ocupar el lugar de otro, sí exige un profundo reajuste de actitudes que promueva cambios en la estructura. Este periplo, como otras tantas reformas en marcha, parece anclado en un tiempo cuaresmal indefinido. Prueba de ello son las suspicacias generadas en determinados ámbitos por el mero hecho de que se creara hace unos meses una comisión para estudiar el diaconado femenino.

Convencerse de que aquel “sí” de María en Nazaret nace de la valentía y la libertad de una mujer que confió plenamente en Dios, implica reconocer en toda mujer una sensibilidad e intuición que ni la comunidad eclesial ni la sociedad pueden ignorar ni esquinar si buscan ser más humanas y más de Dios. Y aunque haya quien todavía se resista a reconocerlo, Iglesia, Resurrección y Pascua tienen per se nombre de mujer.

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