La búsqueda de la comunión intraeclesial es una piedra en el zapato de este pontificado reformador. La tentación de caer en un pensamiento único como signo de fortaleza y primacía ha llevado, en momentos recientes de la Iglesia, al juicio y a la exclusión de todo aquel que no asumía este discurso de la defensa del dogma frente a la percepción apocalíptica de un mundo condenado por el relativismo o el secularismo. Por eso, cuando el soplo del Espíritu se cuela por una grieta, o directamente en un cónclave, a más de uno se le atraganta el principio de unidad en la diversidad.
No son pocos los que vienen reivindicando desde hace tiempo, con su vida y sus palabras, la urgencia de encarnar el “todos uno” en lo cotidiano, en lo pequeño. Ahí están tanto el grupo musical Brotes de Olivo como la comunidad de Pueblo de Dios, que, desde un rincón de Huelva, buscan desde hace casi medio siglo ser casa de acogida para los cristianos “de todas las marcas y sensibilidades”. Ojalá la Iglesia supiera empaparse de la profecía y la sana autocrítica que ha abanderado un hombre como Vicente Morales, esbozando la comunión desde la ruta que marca el Evangelio: la libertad.