Por primera vez en la historia, la Iglesia regula la figura del Ordo virginum. Esta vocación, resucitada de la mano del Concilio Vaticano II, se ha reavivado en el corazón de más de 5.000 mujeres en el planeta, un hecho que ha llevado a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica a otorgarles su propia carta de ciudadanía eclesial. A través de la instrucción ‘Ecclesiae Sponsae Imago’ se define quiénes son las vírgenes consagradas y se profundiza tanto en su proceso de discernimiento y formación como en su estilo de vida cotidiano y servicio a la Iglesia, sobre todo, en el ámbito diocesano.
El documento se revela especialmente clarificador en lo que al proceso de discernimiento y formación se refiere, así como a los criterios de madurez, situando en los 25 años la edad mínima para dar el paso. En este sentido, más que significativa resulta la referencia a que las vírgenes consagradas se inserten en el mundo laboral, a que su esponsalidad con Cristo sea como fermento en la masa.
La sólida formación teológica que se les exige puede hacer que la propia Iglesia local quiera tirar de ellas para formar parte de la estructura curial. Sin embargo, reducir su presencia a ámbitos intraeclesiales, donde sin duda pueden cumplir una excelente labor, reduciría su presencia como signo en medio de un mundo secularizado que ciertamente está necesitado de referentes vitales como el que ellas representan. Combinar el apostolado en medio de la sociedad a través de su trabajo con un apostolado específico en círculos eclesiales haría de las vírgenes consagradas auténticas apóstolas de una Iglesia en salida.
En esta misma línea, el documento también detalla el papel del obispo y del correspondiente delegado como máximos responsables. Aunque aquí, de forma más velada, se deja claro que están llamados a ser guías y pastores, concretando tanto las funciones del prelado como la misión específica de las vírgenes. Una vez más resuena la denuncia expresada de forma reiterada por parte del papa Francisco para que bajo ningún concepto las consagradas puedan confundir servicio con servidumbre ni, menos aún, que su misión en la diócesis se tergiverse con una mal entendida guardia pretoriana en torno a una mitra.
Frente a estos riesgos, serán las propias vírgenes las que tendrán que reivindicarse, desde una fidelidad dócil y una obediencia creativa que sepan conocer y reconocer su misión específica. Las vírgenes, mano a mano con el resto de consagradas y de las mujeres laicas, tienen la oportunidad no solo de redibujar el rol femenino en el seno de la Iglesia, sino de hacerlo realidad con una proactiva presencia que sea capilar e incisiva.