La Archidiócesis de Tarragona ha emprendido una reorganización que ha reducido de diez a cinco los arciprestazgos, y ha configurado un total de 24 unidades pastorales que aglutinarán a las cientos de parroquias del territorio eclesiástico.
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La crisis demográfica y la secularización, que han traído consigo un envejecimiento del clero y una carestía vocacional, exigen responder con decisión y creatividad ante estas coordenadas o la realidad se impondrá de forma letal más pronto que tarde.
Pero para que esta renovación estructural sea realmente fecunda, no basta con un plan de optimización de recursos humanos y materiales que garantice la sostenibilidad económica y pastoral. De poco servirá cuadrar los números, si detrás de estos cambios sigue latente una conciencia eclesial de supervivencia desde cierto inmovilismo.
En la base y en el horizonte
Todo ello no cuajará si no se logra que cale entre sacerdotes, religiosos y laicos la conciencia sinodal y misionera. A juzgar por los pasos dados en el histórico arzobispado tarraconense, la apuesta por configurar comunidades vivas y evangelizadoras parece estar en la base y en el horizonte. No estaría de más que otros miraran hacia allí, aunque fuera de reojo.