El Regnum Christi vuelve a empezar. Esta realidad eclesial se sitúa en la parrilla de salida, después de que se haya dado luz verde a los estatutos por los que se regula la vida y misión de sacerdotes, consagradas y laicos. Desde que se destapara el escándalo de su fundador, Marcial Maciel, se han visto obligados a deambular en muchos momentos por una tortuosa senda sin poder vislumbrar un futuro de certidumbres. Finalmente, el esfuerzo y el dejarse hacer de esta familia carismática ha permitido salvar no solo a la institución –quizá es lo de menos–, sino la fe de quienes han forjado su proyecto vital en esta federación que busca instaurar el Reino de Cristo en medio del mundo.
Atrás no quedan las víctimas de todo este proceso, ni tampoco desde el Regnum Christi quieren dejar que caigan en el olvido, conscientes de que es una cruz que les acompañará, pero también el acicate para perseverar en una vida comunitaria auténtica y generar espacios seguros.
Este proceso de purificación no es una isla dentro de la Iglesia. Tanto es así que, a través de su próxima plenaria, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica busca redoblar los esfuerzos con la vista puesta en estas nuevas realidades eclesiales que han proliferado en las últimas décadas, y han provocado algún sobresalto alarmante por sus formas y por su fondo, y que han escondido tras de sí abusos de poder, de conciencia y sexuales.
Auditar a los nuevos movimientos
En el Vaticano reconocen que durante un tiempo se dieron alas a estos movimientos mientras se cuestionaba el estilo conciliar de históricas congregaciones a las que se tachaba de perderse en un espíritu mundano y de vivir su vocación edulcorada solo por el mero hecho de haber abandonados los hábitos.
No estaría de más que esta Plenaria fuera el punto de partida para establecer mecanismos que permitan llevar a cabo auditorías que ayuden a asesorar a los institutos de reciente creación para alentarles y guiarles en los complejos años de su fundación. Pero, sobre todo, para promover en ellos una transparencia que borre toda sombra de duda sobre su ser y hacer. Solo así se podrá depurar el sentido de la autoridad para que, verdaderamente, se entienda como un servicio y no se corrompa el concepto de consagración y vida comunitaria.
Solo desde el acompañamiento se puede prevenir la corrupción y discernir si una determinada asociación es fruto de un arranque personalista con intereses dudosos o, verdaderamente, está surgiendo un nuevo carisma eclesial. Solo si se establecen “controles de calidad evangélica”, la vida consagrada del mañana será verdadero signo de sana radicalidad para construir la civilización del amor.