Escándalo vaticano concentrado en 48 horas, pero con zarpazos tras de sí. Es la relectura que nace después de la polémica por la autoría de un libro sobre el celibato sacerdotal capitaneado por el cardenal Robert Sarah y que presentaba a Benedicto XVI como coautor.
No es una novedad que, desde que Bergoglio desembarcó en Roma, algunos busquen en la residencia de Joseph Ratzinger, más que un lugar de encuentro, un foro en el que alimentar el disenso entre dos sucesores de Pedro. Este libro ha desatado todo tipo de especulaciones al respecto y sobre una pretendida injerencia en el actual Pontificado. Y es que ve la luz cuando se ultima la exhortación sobre la Amazonía que ha de responder a la reflexión de los padres sinodales sobre la ordenación de los hombres casados.
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Pero incluso este debate ha quedado en un segundo plano por el enredo que ha llevado al prefecto para el Culto Divino a rectificar y que Ratzinger figure como colaborador y no como coautor en la obra.
El suceso menoscaba al ‘ministro’ vaticano. Es complicado entender que un curial de su talla intelectual, con una profusa trayectoria en el mundo editorial, no rematara estos flecos. Un error que se acrecienta por su enervada reacción, justo cuando acaba de cumplir cinco años al frente del dicasterio.
Tampoco queda bien parado el secretario personal del Benedicto XVI, Georg Gänswein, a quien corresponde velar para acompañar, asesorar, orientar y custodiarle, o lo que es lo mismo, poner todos los medios a su alcance para evitar cualquier situación de riesgo. Más aún cuando los intentos de manipular la figura del papa emérito vienen de lejos.
Pacto de caballeros
Los daños colaterales también alcanzan a la imagen de Ratzinger, urgiendo a una reflexión sobre el estatus de un pontífice retirado, figura hasta ahora inédita.
En medio de todo este entuerto, el silencio de Francisco. Si el Papa alemán prometió silencio tras su renuncia, el Papa argentino suscribió ese particular ‘pacto de caballeros’ en relación a la gestión de sus predecesores en la sede de Pedro. Hasta la fecha no ha salido de su boca menosprecio alguno, a pesar de que la herencia recibida habría justificado más de una queja.
Más allá de los rasguños personales, queda quebrantada la credibilidad de Iglesia, sembrando desconcierto en el pueblo de Dios y en una opinión pública que ve ratificada su imagen de un Vaticano en guerra y dividido, en el que se urden conspiraciones por ansia de poder. La polvareda de este libro da alas a estos guiones y confirma que la ficción puede ser superada por los renglones aún más torcidos de la realidad eclesial.