Solo falta la supervisión final del Papa para que vea la luz la actualización, cuatro décadas después, de ‘Mutuae relationes’, el manual vaticano sobre las relaciones entre obispos y religiosos. El borrador, al que ha tenido acceso Vida Nueva, respira esa doble condición de Francisco como jesuita y pastor. El primer sucesor de Pedro perteneciente a la Compañía de Jesús y, por tanto, a una familia carismática, constituye en sí mismo un kairós, tras un período en el que no pocas órdenes de arraigo histórico, fueron cuestionadas en Roma frente a otras realidades emergentes, por hacer suyo el aggiornamento del Concilio Vaticano II con una renovación interna profética y jugándosela en la opción preferencial por los pobres.
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- A FONDO: El Vaticano publicará una instrucción que regulará las relaciones entre religiosos y obispos
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La nueva guía busca, precisamente, romper esa mirada de sospecha y cambiarla por un reconocimiento del otro como hermano; ni competencia, ni enemigo, ni jerarca. Un salto que solo puede darse desde la imprescindible conversión personal y pastoral que vertebra este pontificado. Y es que, promover el respeto mutuo, la autonomía y la unión en el servicio a los últimos desde la diversidad de dones se revela como una tarea harto complicada, mucho más que imponerse a golpe de báculo o autoproclamar la independencia, ya sea por diferencias sobre el patrimonio, por la marcha unilateral de una diócesis o por la gestión de la catequesis de primera comunión.
Comunicación, solo en crisis
Cuando la comunicación se circunscribe solo a los episodios de crisis, significa que no hay relación, solo un conflicto que resolver desde el propio interés, un proceder que en nada ayuda a ser Iglesia en medio del mundo, por muy legítima que sea la postura que defiende cada uno. Un extremo que solo puede evitarse desde ese conocer y reconocerse en la cultura del encuentro. De ahí la relevancia de promover foros permanentes de diálogo y no de control, pero, sobre todo, de compartir oración, vida y misión. Únicamente en el día a día se puede forjar una sólida eclesiología de la comunión.
En esta empresa conjunta hay otro riesgo. El directorio de 1978 arranca refiriéndose a las “mutuas relaciones entre los diversos miembros del Pueblo de Dios”. Por eso, hablar solo de lazos entre clero y consagrados conduciría a un reduccionismo clericalista. Ya no se puede considerar a los laicos como espectadores o ejecutores, ya sea en una parroquia o en un colegio. No hay pastor sin rebaño y no hay legado carismático si los cristianos de a pie no viven en corresponsabilidad como bautizados. Solo existen mutuas relaciones si son multidireccionales, si todos cuentan, como familia que suma y no resta en la alegría del Evangelio, desde la especificidad y complementariedad de cada vocación.