Con paso sigiloso, la heroína vuelve a abrirse camino entre los jóvenes y los que no lo son tanto. Atrás quedó el drama que vivió España en los 80 y la desmemoria ha hecho olvidar los estragos de una generación. Aunque los datos oficiales todavía no lo reflejan, a pie de calle ya se percibe un repunte del consumo, a tenor de quienes buscan rescatar a los enganchados a la droga más letal, que han dejado de identificarse con colectivos a priori marginales para atrapar a todas las capas sociales.
Y es que la tolerancia social hacia sustancias en principio de menor impacto ha devenido en un mayor riesgo de caer en un policonsumo que acaba en la heroína como plato principal. Este laxismo moral se completa con una permisividad manifiesta de la comunidad internacional hacia las mafias de la droga, que campan a sus anchas, con la complicidad de los Estados y de los poderes económicos.
De ahí la urgencia de actuar con cuantos medios estén al alcance para que no se convierta en una riada silenciosa todavía más imparable de lo que ya es. Y ahí la Iglesia no solo tiene mucho que decir, en tanto que, desde hace décadas es una de las principales voces de denuncia, sino que, además, se ha convertido en el actor más implicado a escala global en la batalla cotidiana contra la drogadicción, tanto en materia de prevención como en el acompañamiento y rehabilitación de quienes han caído en sus redes. Así lo demuestra el simposio convocado en Roma, que busca incidir en los poderes públicos a través de los 465 expertos congregados de 63 países, que pretenden situar el problema en la agenda mundial.
Pero, sobre todo, desde el trabajo realizado a través de tantos proyectos capitaneados por sacerdotes, religiosos y laicos, con Proyecto Hombre a la cabeza. Son ellos los que conocen de primera mano el alcance de esta epidemia que se desató en el siglo XX, y que en el siglo XXI no parece controlada. El Papa ha presentado de forma reiterada a las drogas como “una nueva forma de esclavitud” que estigmatiza, aisla y condena a quien cae en sus redes.
Solo cuando la opinión pública deje de perderse en debates estériles sobre la legalización de las drogas, para asumir su verdadera responsabilidad en la materia, podrá abordar la verdadera cuestión de fondo: qué tipo de sociedad estamos construyendo que hace que hombres y mujeres se refugien en las adicciones como válvula de escape para lograr una “felicidad efímera que, al final, se convierte en veneno que corroe, corrompe y mata”, tal y como clama Francisco. Afrontar esta cuestión con valentía, y con los riesgos que conlleva, es el punto de partida para derrotar a las drogas y acabar con las mafias que las sustentan.