El caos generado por la avalancha de africanos llegados a Canarias se ha incrementado por la improvisación de Moncloa para responder a esta emergencia humanitaria. Cuesta reconocer al Gobierno que sacó pecho ante Europa para acoger a los 630 migrantes del Aquarius, y que no ha sido capaz de reaccionar al hacinamiento de miles de migrantes en el puerto de Arguineguín.
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Y lo que resulta más alarmante es que su respuesta sea levantar unas carpas para desplazar el problema, activar una repatriación más o menos inmediata y negarse a trasladar a la Península a los migrantes por temor a un efecto llamada. Parches vergonzantes cuando no se actúa en los países de origen ni se acoge en destino.
Coherencia evangélica
La contundencia con la que los obispos han respondido a esta ausencia de política migratoria, denunciando que las islas no pueden convertirse en un “gueto”, no tendrá el mismo eco que las denuncias sobre otras cuestiones igualmente importantes, pero más jugosas en boca de un prelado. Sin embargo, supone un ejercicio de coherencia evangélica y de respaldo a todos los que se están desgastando en la Iglesia para devolver la dignidad perdida en el mar de quienes llegan a las costas de nuestro país.