Más de 8.500 hermandades de penitencia se preparan en estos días de Cuaresma para procesionar con sus tallas durante la Semana Santa en la que, sin duda, es la manifestación por excelencia de la piedad popular y que dice mucho de un poso cristiano que sobrevive en medio de la imperante secularización de la sociedad española. Con más o menos calado, se trata de la mayor concentración humana que se produce anualmente en las calles de nuestro país.
Pero es mucho más. Las cofradías no solo llevan en su costal los tronos y pasos de la Pasión de Cristo; a la vez portan en sus hombros una encomiable labor caritativa. Solo en Sevilla, las hermandades destinan de sus fondos unos seis millones de euros al año para la acción social. Este compromiso con los últimos va a más y, en las últimas décadas, se ha producido un salto más que significativo desde la mera donación económica, puntual y paliativa, para hacer de la caridad un pilar transversal en torno al que gire la vida de la hermandad durante todo el año. Por un lado, con una apuesta por dinámicas de proyectos con vocación duradera para fomentar la promoción humana entre los crucificados de hoy. Por otro, a través de un voluntariado que, además, se presenta como cauce para conectar y vincular activamente las generaciones más jóvenes de cofrades con estas realidades de periferia.
Esta red samaritana es una realidad gracias a quienes nunca vieron en las cofradías un elemento exótico y sospechoso en el universo eclesial, sino como un espacio comunitario propicio para reactivar un laicado enraizado en la tradición familiar. Por eso, los pastores están llamados más que nunca a aprovechar todo este caudal efervescente para encauzar esa pasión cofrade en una fe arraigada en lo cotidiano. Por esta senda del compartir fraterno debe transitar cada nazareno para que el encuentro con Jesucristo sea pleno al redescubrirlo con su rostro doliente en los pobres.
‘Evangelii gaudium’ subraya que las expresiones de piedad popular “tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización”. Urge, pues, acompañar a las hermandades y cofradías, alentando a estas comunidades laicales con la madurez que da la luz del Vaticano II, sin caer en la tentación de capitalizarlas o tutelarlas.
El ingente potencial de las hermandades como catalizadoras del fervor popular está por explorar, por su gancho para conquistar el corazón del hombre de hoy a través de los sentidos y encauzarlo hacia una transformación personal y espiritual. Y ahí, la caridad se convierte en un tramo inexcusable de la carrera oficial de toda cofradía.