Cuando el Papa, en su encíclica programática ‘Evangelii gaudium’, instaba a la Iglesia a adentrarse en una “impostergable renovación”, no lo planteaba como una licencia poética etérea. A la vista está que ha buscado y busca materializarla en todo el orbe católico, comenzando por las estructuras y la gestión vaticanas.
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Prueba de ello es la auditoría generalizada a la que se están sometiendo todos los departamentos curiales como mecanismo higiénico periódico, así como otra batería de medidas anticorrupción, de limitación temporal de cargos… Ahí se enmarca también la normativa que aprobó hace un año y medio para regular la duración de los mandatos en las asociaciones públicas de fieles.
Comunión y Liberación
Esta actitud renovadora lleva consigo sacudidas internas propias de cualquier conversión personal y pastoral como la que ha vivido el movimiento Comunión y Liberación. El actual presidente de la Fraternidad, Davide Prosperi, comparte en Vida Nueva cómo ha vivido este proceso que generó cierta “confusión”, pero que hoy afronta con la “serenidad” de que Francisco intervino “para que el movimiento no se disperse ni se pierda”. Una impronta profética para una Iglesia semper reformanda.