Sevilla ha acogido, del 4 al 8 de diciembre, el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular de la mano de su arzobispo, José Ángel Saiz Meneses, que ha tomado el relevo de la primera edición que convocó hace 25 años el fallecido cardenal Carlos Amigo. Durante cinco días, la capital andaluza se ha convertido en el epicentro de la religiosidad a pie de calle: no solo por las ponencias y mesas redondas celebradas en la catedral, sino por las actividades culturales y devocionales que se han programado. Pero, sobre todo, por la multitudinaria procesión de clausura. Aunque técnicamente no debería llamarse ‘magna’, la singularidad de un cortejo inédito y el respaldo del gentío que se arremolinó en la ciudad, habla de la magnitud de una convocatoria que se ha llegado a calificar de histórica.
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En cualquier caso, esta Madrugá en pleno invierno sí ha puesto de manifiesto el tirón que mantiene la piedad popular en medio de un Occidente cada más secularizado. Este oasis supone una llamada de atención para Iglesia. La capacidad de convocatoria que pueden generar unas tallas procesionando por una ciudad va más allá de un mero espectáculo cultural y turístico. Situarse ante El Gran Poder, La Macarena o cualquiera de las patronas presentes en esta cita mueve y conmueve a quienes se sitúan ante ellas, que pasan de ser un mero espectador para ser interpelados por lo que las imágenes representan: el paso de Jesús y de su Madre por la vida de cada uno, por los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo que recoge la constitución conciliar ‘Gaudium et spe’s.
Motor de evangelización
La piedad popular se convierte así en puerta abierta a la trascendencia. Corresponde a la Iglesia situarse en el dintel, no para ejercer de aduana, sino para acoger y abrazar a quien se acerca, especialmente a cuantos dan el paso para sumarse a una cofradía. Sí, porque estas asociaciones laicales son ya hoy un motor de evangelización que necesita acompañamiento para ahondar todavía más en su vertiente contemplativa y de compromiso con la realidad en la que están presentes. Como el propio Saiz Meneses expuso durante la clausura del congreso, las hermandades han de poner en marcha “una audaz renovación de la mirada” para “ser fermento en el mundo contemporáneo”.
Este paso al frente exige reforzar la formación integral de sus miembros, incrementar la vida de la corporación más allá de las salidas procesionales para ser comunidad, promover una mayor comunión parroquial y diocesana, y hacer de la caridad, no solo un compromiso asistencial, sino una verdadera opción preferencial que sitúe al pobre como el auténtico hermano mayor.