La Iglesia no puede ni debe dejarse convertir en un agente político en relación a la añeja polémica reavivada sobre la exhumación de Francisco Franco del Valle de los Caídos. Eso incluye no entorpecer, porque la Iglesia, como tal, no tiene hoy por hoy argumentos para oponerse. Y sí, en cambio, está llamada a ser instrumento de reconciliación en la medida en la que no se empañe este objetivo y con la exhumación se contribuya a cerrar heridas y no a abrirlas. Valga como punto de partida la postura que adoptó el presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, cuando en marzo dio luz verde a permitir que se exhumaran los restos de las víctimas enterradas allí.
Con esta misma impronta debe afrontarse este nuevo episodio, en el que son muchos los que buscan sacar tajada partidista enfilando, una vez más, a la Iglesia como un blanco fácil. De ahí la necesidad de actuar desde la caridad, pero con tiento. Un asunto que compete fundamentalmente al cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, que cuenta con capacidad de abordarlo desde el consenso y la valentía que precisa, sin dejarse achantar por nostálgicos, pero tampoco por advenedizos.