El Papa ha dado el pistoletazo de salida oficial al Sínodo sobre la sinodalidad, con un fin de semana celebrativo y de trabajo para entregar el testigo a las Iglesias locales. Y es que, a partir del 17 de octubre, las diócesis de todo el planeta están llamadas a capitanear una consulta global que deberá dinamizarse durante seis meses.
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No se trata de una tarea sencilla, teniendo en cuenta que no es una mera encuesta, sino que se integra como un diálogo y encuentro que supere los muros de los templos. De hecho, se espera que en esos cuestionarios se cuente con la voz de los que están fuera, tanto de los alejados como de aquellos que han renegado o cuestionan la institución.
La eficacia del proceso dependerá en gran medida de la capacidad de amplificar la escucha y acoger lo incómodo, lo provocador, aquello que cuestiona y descoloca. Para una entidad que está acostumbrada a contar con altavoces para lanzar su mensaje en medio de la sociedad, ahora corresponde ejercitar la práctica inversa: aumentar el volumen de los auriculares para escuchar y acoger. El cambio de paradigma no resulta fácil, cuanto toca aplicarlo a contrarreloj y desde el convencimiento.
A juzgar por cómo se están aplicando, o mejor dicho, cómo se están dejando de aplicar en algunos espacios eclesiales las propuestas magisteriales de Francisco, por ejemplo, sobre la familia, la pastoral juvenil o la Casa común, surge la preocupación de pensar si ocurrirá lo mismo con este proceso sinodal. Hay quien busca evaluar el éxito o la debacle del pontificado a la luz de esta nueva vía abierta, a la par que se ha buscado dejarlo pasar con una huelga de brazos caídos.
Se equivocan si piensan que el fracaso de esta aventura dejará en evidencia a Francisco. Una oposición de guante blanco no daña a este Papa, autolesiona a quien la ejerce y deja herida a una Iglesia que atraviesa una crisis de credibilidad en no pocas latitudes del planeta, tras dejarse arrastrar por el inmovilismo y la nostalgia.
Caminar juntos
En cualquier caso, esa resistencia sibilina no podrá acabar con una inercia reformadora que no es fruto de una ocurrencia de un papa porteño, sino la respuesta al mandado del Colegio Cardenalicio en las Congregaciones Generales. Es más, el Sínodo de los Obispos que ahora da un salto con la metodología de Jorge Mario Bergoglio simplemente desarrolla lo planteado por el Concilio Vaticano II y que forjó Pablo VI.
Pero, sobre todo, porque como ha subrayado el Papa actual, el protagonista es el Espíritu Santo: para que sople con aire profético, urge abrir ventanas y puertas para dejarse empapar por su fidelidad creativa desde la fragilidad y con humidad. Solo en su compañía, y bajo el sucesor de Pedro, se puede emprender este ‘caminar juntos’ en comunión, participación y misión.