Un total de 32 selecciones participan en el Mundial de Rusia, cuya final seguirán mil millones de personas, convirtiéndose en el acontecimiento más visto del planeta. En la sociedad de la espectacularización, el balón se ha convertido en un negocio que no parece tener límites, empañando incluso su esencia como deporte. Así lo ponen de manifiesto las organizaciones que denuncian las vulneraciones de los derechos humanos en el marco de estos campeonatos, denuncias que no pueden caer en el olvido en medio de la fiesta.
- A FONDO: Otro Mundial es posible
Con esta realidad de fondo, despreciar el fútbol como un mero entretenimiento para las masas significaría borrar de un plumazo la escuela de valores cristianos que supone: la superación y el esfuerzo, la honestidad y la disciplina, el trabajo en equipo, el respeto al contrario, encajar las frustraciones en la derrota y gestionar el éxito… Sin sumergirse en una ‘hermenéutica’ del balompié, como sí lo hace el Pliego de Vida Nueva, baste señalar cómo el balón teje la gramática de un lenguaje universal que rompe toda diferencia entre niños y jóvenes y acaba con las barreras del idioma, la raza o el estrato social, convirtiéndose prácticamente en la única válvula de escape en contextos de pobreza o de conflictos armados. Así lo atestiguan tantas parroquias, colegios y entidades de la Iglesia, que saben ver en el fútbol una herramienta para educar desde el juego, en una vía para cambiar exclusión por integración.
De la misma manera lo expresa el portero de la selección de Costa Rica, Keylor Navas, en una entrevista a esta revista, en la que reconoce que la pelota, los guantes y la fe le dieron una oportunidad para salir adelante en un contexto social nada fácil. “Quiero que todo el mundo vea de dónde salí y cómo Dios me cuidó hasta hoy”, asegura la estrella del Real Madrid. Y es que su gesto de arrodillarse en cada partido como expresión pública de su credo, le convierte además en un referente para miles de niños y jóvenes que ven en él no solo un modelo de deportista, sino también un referente cristiano que no tiene miedo alguno a compartir su ser católico en un entorno profano.
Tampoco tiene reticencia alguna el Papa en echar mano del balompié para conectar con los jóvenes y proponerles fichar por el equipo de Jesús “que nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo”. Una invitación extensible a todos los cristianos, llamados a sudar la camiseta como Iglesia, una propuesta que pasa por vivir en salida y no estar fuera de juego, por utilizar todos lo regates a su alcance para salir al encuentro del otro y anunciarle el Evangelio del mejor entrenador, compartiendo un rato de escucha, de diálogo y, por qué no, de buen fútbol.