Un diálogo a puerta cerrada de menos de media hora. La primera cita de Francisco y Donald J. Trump vino precedida de una expectación a la altura de la relevancia de los dos líderes. Los desencuentros verbales previos y a distancia sobre la cuestión migratoria hacía significar otros tantos puntos de vista dispares sobre asuntos clave, como las prestaciones sociales de los empobrecidos o el cambio climático.
En este sentido, resulta sintomático que no sean dos líderes políticos los que encarnen estos planteamientos globales, sino un presidente del país motor de Occidente y un Papa, lo que da muestras del predicamento de Jorge Mario Bergoglio como referente en todos aquellos temas que atañen al ser humano, más allá de esa autoridad moral con la que se asocia casi de manera innata a los papas.
Este liderazgo social de Francisco, ganado a pulso por abordar en el día a día los problemas que preocupan a la gente –desde el paro juvenil al descarte de los ancianos–, amén de su intervención en crisis diplomáticas, conflictos armados, cumbres climáticas o de movimientos populares, ha sido refrendado por la opinión pública de tal manera que ha hecho que esta audiencia con Trump se haya contemplado como una cumbre entre las dos maneras de afrontar el devenir del planeta.
Inclusión frente a exclusión. Comunidad frente a individualismo. Acogida frente a proteccionismo. Este juego de términos antagónicos asociados a uno y a otro, Bergoglio los salvó en la audiencia con Trump con buen humor, astucia y esa inteligencia intituitiva que le permite tantear en unos minutos las intenciones del que tiene enfrente. Sin dejar de abordar las tesis que considera esenciales para los intereses de la Iglesia y de la humanidad, ha logrado buscar un punto de encuentro que esquive la ruptura: la apuesta por la paz. De ahí la insistencia del Papa al “firmar expresamente” para Trump el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz.
Bien es cierto que el itinerario de ambos para frenar los conflictos y el terrorismo yihadista pasa por mediaciones diferentes. Esto no obliga a buscar esas sinergias que permitan frenar la actual escalada de violencia y persecución en determinadas regiones, que se traduce en la Tercera Guerra Mundial por fascículos que denuncia el Papa.
A partir de aquí, a Trump le corresponde gobernar la mayor potencia del mundo sin perder el ruego de Francisco. Y al Papa le atañe continuar velando por la dignidad de todos los hombres y mujeres, como hijos de Dios, aunque su denuncia incomode. Un diálogo en paz, derribando muros, tendiendo puentes de diálogo, aun cuando el interlocutor maneje otros códigos y prioridades.