No parecía posible, después de una campaña electoral que se destacó por el juego sucio de las dos candidaturas. El uso de la mentira, de las acusaciones sin pruebas, de la ofensa y de la burla como medios usuales, de la manipulación de las noticias y de los medios. Después de todo eso no era posible esperar un resultado sano para el país.
Pero contra toda lógica, por entre el lodo del juego sucio, se abrió paso la expresión de una voluntad superior y digna en las urnas. Como para recordar la gastada frase atribuida a Gaitán, del pueblo superior a sus dirigentes. Vienen en respaldo de ese pensamiento los hechos que se produjeron el día de elecciones cuando entre el fango de una campaña sucia aparecieron:
Primero: el predominio del bien común por sobre las diferencias entre partidos. Fueron acuerdos políticos entre partidos de tan distinta fisonomía como el Polo, La Marcha Patriótica, el Partido Liberal, fracciones del Partido Conservador reunidos alrededor de un interés común. Dejaron a un lado sus diferencias y por sobre sus ideologías reconocieron la necesidad de defender para el país el proyecto de la paz. La unión de por sí no tiene tanta significación porque pudo ser el resultado de mecánicas políticas; el valor de este hecho lo aporta el motivo: el reconocimiento de la paz como el máximo de los motivos para los políticos.
Segundo: La unión se hizo alrededor de la paz entendida de distintas maneras pero aceptada como objetivo común suficiente para cimentar una unión. Las expresiones sobre la paz abarcaron un amplio abanico, desde la comprensión elemental del fin de una larga guerra de 50 años, hasta propósitos más ambiciosos como el del indispensable imperio de la justicia o la construcción de una sociedad regida por la igualdad, la libertad y la fraternidad que soñaron los revolucionarios franceses. Fueron distintas miradas o comprensiones de la paz que resultaron determinantes a la hora de unir grupos diversos para un propósito electoral.
Tercero: Aparecieron las enseñanzas que dejaron 50 años de guerra. Si alguien pensó en algún momento que las armas podrían lograr la justicia, la tolerancia, la igualdad o la libertad en Colombia, ahí está la historia de este último medio siglo para demostrar la esterilidad política de la violencia que nunca tuvo ni tendrá poder suficiente para hacer justicia o tolerancia o igualdad. La expresión del papa Francisco en Israel y Palestina deja claro que se necesita más valor para hacer la paz que para iniciar o hacer una guerra.
Ese valor es el que impulsó a un heterogéneo grupo de votantes que sacrificó sus diferencias en servicio de la paz en la elección presidencial.
Cuarto: Otra notificación de los votantes, la que tuvo que ver con las habituales prácticas políticas de los colombianos. El cambio lo advirtieron los que han seguido la historia de nuestras costumbres electorales desde los tiempos de barbarie cuando las diferencias entre los dos partidos tradicionales eran asunto de vida o muerte, hasta nuestros días en que una campaña intensa y apasionada no tuvo más violencia que la que se desata en los estadios entre fanáticos de dos equipos de futbol.
Esa diferencia con el pasado la hizo noticia el vencedor al insistir en que no reconocía enemigos. Consecuente con el mayoritario propósito de paz de los electores, los colombianos estamos enmendando una plana coléricamente escrita por los agentes del odio y de la venganza. La del 15 de junio fue, así, una jornada de rectificación de las malas costumbres políticas del pasado.
Quinto: También se sometió a juicio la inclinación escapista de la abstención y del voto en blanco. Para los colombianos fue claro que cuando estaba de por medio la posibilidad de un futuro de más guerra o de construcción de los elementos con que se hace la paz, la decisión no podía dejarse en las manos de otros; por eso esta vez cedió la tendencia a la no participación electoral y fue notorio -las cifras lo demostraron- el sentido de responsabilidad de los electores.
Sexto: A la vista de los resultados de esta jornada electoral, los votantes pudieron imaginar lo que pudo ser (o sea, la renuncia a una paz posible) en nombre de una imposible paz perfecta. Pudo ser también una marcha atrás, hacia el reencuentro con los peores días de bestialidad y ferocidad; o la consagración del atajo, el todo vale y el fin justificador de los más malos de los peores medios.
Cuando se miró esa posibilidad con el escalofrío de quien contempla desde el borde el fondo de un abismo, se valoró lo ocurrido el 15 de junio como una jornada de lucidez nacional, lograda por millones de votantes para quienes fue más importante que cualquier objetivo el bien de todos representado en la paz nacional