Editorial

Un funeral de todos, para creyentes y no creyentes

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La catedral de La Almudena acogió el 6 de julio las exequias convocadas por la Conferencia Episcopal por las víctimas del coronavirus en España. La asistencia de los Reyes hizo que se considerara, sin ser convocado como tal, como un funeral de Estado. El empeño de Moncloa por desmarcarse aferrándose al homenaje civil del próximo 16 de julio para remarcar la aconfesionalidad de la Constitución, llevó al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a ausentarse y delegar únicamente en la vicepresidenta Carmen Calvo.



Un gesto especialmente llamativo, en tanto que hubo un pleno de representación institucional. Y es que, aun siendo un acto católico, el planteamiento inclusivo de la eucaristía no dejaba de ser un reconocimiento más a los fallecidos en la mayor tragedia que ha sufrido el país desde la Guerra Civil.

De ahí el pertinente tirón de orejas del cardenal Carlos Osoro a la clase política presente y ausente, cuando, en su homilía, aplaudió “la sencilla lección de solidaridad” de una ciudadanía conformada por “creyentes y no creyentes” ante la emergencia sanitaria “frente al sectarismo, a la crispación y al enfrentamiento”. Lástima que no lo escuchara el presidente.

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