El movimiento global contra el racismo que ha despertado el asesinato del afroamericano George Floyd en Estados Unidos ha puesto en primer plano esa xenofobia que todavía hoy está más enraizada de lo que imaginamos en sociedades que se presentan como la avanzadilla del progreso.
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Aunque sin llegar al extremo de la violencia física, no es menos cierto que aún pueden permanecer –y permanecen– arraigadas entre nosotros actitudes cotidianas a veces imperceptibles que hacen que no pocos migrantes sufran en primera persona ese “no puedo respirar”. Sucede en los pueblos y ciudades donde la multiculturalidad es una realidad, pero no siempre se contempla como una riqueza, sino como un rechazo al diferente, al que se ve como invasor.
Microrracismos
En menor medida, también se cuela en parroquias, cuando al que viene de fuera se le considera destinatario de ayuda y no sujeto activo de la comunidad. O en el techo de cristal en congregaciones y diócesis, en las que subsisten recelos y desconfianzas para ceder responsabilidades. Microrracismos que discriminan en lo cotidiano y que son un atentado contra la vida del otro, que es hijo de Dios, que es hermano.