EDITORIAL VIDA NUEVA | La publicación de documentos confidenciales, cartas personales y dosieres del ámbito cercano a Benedicto XVI, así como la detención del mayordomo del Pontífice y las declaraciones que se están tomando a miembros del equipo de trabajo de los Palacios Apostólicos, ha puesto, una vez más, a la Curia vaticana en un brete.
El ya conocido como Vatileaks ha despertado, por un lado, el interés de la opinión pública, ávida de estos contenidos, y, por otro, la preocupación dentro de la propia Curia romana, encargada de ayudar al Papa en el gobierno de la Iglesia universal.
Vida Nueva ha querido hacer su propia pieza informativa en el número de esta semana y mostrar un relato de los hechos, así como la opinión de expertos vaticanistas conocedores del tema. Con ello pretendemos ofrecer una visión objetiva y mostrar nuestra adhesión a Benedicto XVI, quien, como ya viene demostrando en sus años de pontificado, mantiene una labor de renovación interna profunda, pese a las acusaciones que injustamente recibe y a las numerosas trabas que encuentra en esa tarea.
Es a su deseo de renovación al que se deben muchos de los importantes pasos dados en este sentido para evitar el oscurantismo y la falta de transparencia en las estructuras vaticanas.
Los documentos que han aparecido publicados en un libro, recogidos profusamente por los medios de comunicación, y que se han ido dando a conocer de forma escalonada, no tienen la importancia que se le ha querido dar, a no ser para los novelistas de ciencia ficción.
Las informaciones aparecidas muestran,
por un lado, la vulnerabilidad del círculo papal;
y por otro, los devaneos innecesarios
en este tipo de instituciones.
No es su contenido lo más importante, sino lo que ello demuestra de falta de coordinación –y comunión– en la Curia, un organismo que los últimos pontífices han deseado reformar, haciendo cambios significativos, pero que no está resultando una tarea fácil en un entramado que imposibilita cambios en una estructura tan arraigada en la historia.
La claridad, la transparencia, el trabajo de comunión y el apoyo al Papa deben primar por encima de estrategias sucesorias y acciones más propias de cortes renacentistas.
El Papa, buen conocedor del entramado de ese funcionariado vaticano, nunca tuvo una intervención directa más allá de los asuntos relacionados con el dicasterio para la Doctrina de la Fe, del que era responsable. Eran otros quienes se encargaban de la organización curial.
Las informaciones aparecidas muestran, por un lado, la vulnerabilidad del círculo papal; y por otro, los devaneos innecesarios en este tipo de instituciones que, aunque humanas, poseen una misión, más allá de la meramente política.
Lo que sí debe aparecer como lección no es solo la prudencia que ha de mantenerse en este tipo de documentos. No deben extrañarse muchos gobiernos del mundo porque hayan salido estas informaciones tan internas. En todos los países se dan –y con más intensidad y escándalo– estas actuaciones.
Pero, para la Iglesia, ha de ser ocasión para revisar el papel de la Curia en el mundo. El Vaticano, aunque sea un Estado más, no puede perder la ocasión de seguir siendo referencia moral para muchos en el concierto de las naciones. Y en esto hay que ser claros, abriendo cauces internos y externos, apostando por la verdad y la claridad.
En el nº 2.806 de Vida Nueva. Del 23 al 30 de junio de 2012.