Quizás sea mejor, quizás no. Lo que no puede negarse es que es un servicio ministerial noble y muy necesario para la Iglesia. Y no son –como muchos lo creen, de manera despectiva– “monaguillos” del sacerdote, sino servidores del Pueblo de Dios en la liturgia, la palabra y la caridad. Esta es la identidad del orden diaconal.
El restablecimiento del diaconado por el Concilio Vaticano II no fue sólo una gran novedad para la Iglesia sino una contribución gigantesca a la atención religiosa de una población que, a medida que la sociedad occidental se secularizaba, se iba quedando sin ella por la cada vez menor cantidad de sacerdotes. Claro ejemplo de esta atención es la Iglesia católica chilena, que tiene entre sus filas 1200 sacerdotes y 1100 diáconos, según da cuenta el A fondo de esta edición.
Los diáconos son hombres que trabajan para sostener a su familia,
pero que también se consagran para servir al
Pueblo de Dios en la liturgia, la palabra y la caridad.
Hombres que trabajan para sostener su casa, su familia y la educación de sus hijos. Pero también, hombres que se consagran como diáconos permanentes para servir al Pueblo de Dios en la liturgia, la palabra y la caridad. Y para tal vocación consagrada, la esposa debe autorizar por escrito su aceptación para la ordenación del esposo. Es decir, es una vocación que involucra a la esposa y también a los hijos. ¡Vaya si no es una vocación profunda, consciente y que implica gran esfuerzo!
Ahora, si las esposas acompañan a sus esposos en el ministerio diaconal, ¿no ofician, de hecho, como diaconisas? Porque muchas de ellas, ayudan en el servicio, acompañan a los fieles, y hasta se comprometen con proyectos en las comunidades de fe.
En el Pliego de esta edición presentamos una mirada histórica, otra canónica, y una tercera, eclesial, sobre la cuestión de las diaconisas. Es un tema complejo que despertó expectativas y recelos a partir de la conversación que mantuvo el Papa, el 12 de mayo pasado, con las superioras generales que participaban en la Asamblea General de la UISG en Roma, representando a más de medio millón de mujeres consagradas. Allí, Francisco no titubeó ante los interrogantes de las religiosas, y se comprometió a estudiar el tema del diaconado femenino conformando una comisión con especialistas de todo el mundo para profundizar el asunto.
La cuestión sobre las diaconisas se inserta en el marco de un debate teológico más amplio: el de la identidad y significación sacramental del diaconado mismo, tal como puso de manifiesto la Comisión Teológica Internacional en 2002, en su documento El diaconado: evolución y perspectivas.
Entre las discusiones y el intercambio de visiones sobre esta realidad eclesial, no se puede negar que en muchos casos, ordenados/as o no, son varones y mujeres de fe que llevan su vocación y su trabajo pastoral con tanta dedicación como tantos ungidos con el Orden Sagrado.