El maratón de Francisco en Madagascar: entre discursos y homilías

El maratón de Francisco en Madagascar: entre discursos y homilías

Esta mañana un enviado francés que acompaña por vez primera a Francisco en sus viajes me preguntaba si es normal que en sus homilías el Papa se refiera a problemas como el terrorismo o la corrupción. Le había sorprendido escuchar que en la homilía del parque de Soamandrakizay hubiera condenado “utilizar el nombre de Dios o de la religión para justificar actos de violencia, segregación e incluso  homicidio, exilio, terrorismo y marginación”.

Le respondí que no sólo era normal sino habitual porque Bergoglio  -y como él sus predecesores- rechaza predicar en las nubes y prefiere hablar a ras de tierra, con los pies fijados en la experiencia vital de las personas y los pueblos. La fe es inseparable de un compromiso con los tormentos y los desafíos de la realidad cotidiana.

Jornada maratoniana

En la jornada de hoy ha pronunciado una homilía (en la misa), dos discursos ( en la Casa de la Amistad, fundada por el argentino padre Pedro Opeka y en el colegio San Miguel)  y una oración con los trabajadores de la cantera de Mahatazana. Un hilo de continuidad ha unido sus intervenciones.

Así a los jóvenes de la Ciudad de la Amistad. “Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario – les aseguró- son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza, la pobreza no es un destino ineluctable”.

Plegaria papal

Esta última sentencia la repitió dos veces y antes había citado esta frase de la carta del apóstol Santiago: ”La fe si no tiene obras está muerta”.

La bellísima oración que pronuncio delante de los obreros que trabajan duramente todos los días en la cantera contigua a la Casa de la amistad  contiene esta invocación: “Dios de justicia, toca el corazón de los empresarios y los dirigentes. Que hagan todo lo posible  para asegurar a los trabajadores un salario digno y unas condiciones que respeten la dignidad de la persona humana”.

Rencor y amargura

También pidió a los trabajadores que “ante la injusticia no cedan a la ira, al rencor, a la amargura sino que mantengan viva la esperanza de ver un mundo mejor y trabajar para alcanzarlo”.

Por fin a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a los consagrados y a los seminaristas les recordó que “ vencéis en su Nombre cuando visitáis y asistís a un enfermo o brindáis el consuelo de la reconciliación, vencéis al dar de comer a un niño, al salvar a una madre de la desesperación de estar sola para todo, al procurarle un trabajo a un padre de familia. Es un combate ganador el que se lucha contra la ignorancia, brindando educación”.

En resumen lo que ha predicado Francisco en Madagascar, como lo hizo también en Mozambique y lo hará mañana en la Isla Mauricio, es un evangelio encarnado, una predicación anclada en la vida de quienes le escuchan sobre todo si  son pobres, marginados o abandonados a su dura suerte.

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