Enrique Rodríguez: “Donde hay un trabajo serio en pastoral juvenil, hay jóvenes”

Responsable de Juventud del Episcopado cubano

(J. L. Celada– Fotos: M. G.) El padre Enrique Rodríguez Gutiérrez, vicario pastoral de la arquidiócesis de Camagüey, es el secretario ejecutivo de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. Dicho de un modo más breve, este sacerdote nacido en 1971 y ordenado en 2004 es el responsable de Juventud del Episcopado cubano, tarea que desempeña con el convencimiento de que “donde hay un trabajo serio en pastoral juvenil, hay jóvenes”.

¿Qué papel están llamados a asumir hoy los jóvenes en la Iglesia católica cubana?

Deberían responder a dos urgencias: una, a asumir e integrar la identidad cristiana heredada de sus antecesores en el camino de la fe, porque un 90% de los jóvenes que hoy participan en las comunidades católicas de Cuba son conversos, se han acercado a la Iglesia a los 12, 13, 15, 18, 20 años, y han recibido como formación el proceso de iniciación cristiana.

Y el segundo reto es el de la inculturación, la evangelización del mundo nuevo que se está gestando en Cuba, por los cambios y la nueva etapa, y por lo que hoy la globalización y el postmodernismo plantean a la Iglesia. Porque la Iglesia de hoy, aunque conserva la identidad de la Iglesia de Jesucristo, de la Iglesia de siempre, no es la misma de hace 20 años, de hace 50 años, en Cuba. Por tanto, la Iglesia del siglo XXI tiene que configurarse en Cuba de acuerdo a lo que la nueva realidad exige de ella en orden a la evangelización y la inculturación.

¿Qué nivel de presencia tienen estos jóvenes en la vida eclesial?

El Plan Global de Pastoral de los obispos (2006-2010) constata una pobre participación de los jóvenes en las comunidades. Aunque el número creció mucho en los años inmediatamente anteriores a la visita del Papa y de manera mucho más significativa en los años posteriores a ella, ese crecimiento y esa participación no se han mantenido en los últimos años.

¿Cómo trabaja la Iglesia con ellos?

Durante los últimos siete u ocho años, la Pastoral Juvenil en Cuba se está replanteando su modo de hacer. Desde ya hace casi tres décadas, se ha organizado a nivel de parroquia y de diócesis, con equipos a ambos niveles; y también a nivel nacional, en el Equipo Nacional de Pastoral Juvenil. La plataforma privilegiada de la Pastoral Juvenil hasta ahora han sido los grupos juveniles en las parroquias, que se reúnen un día por semana, con un asesor y un animador. No son grupos de iniciación cristiana -con un acento mucho más catequético-, pero tienen encuentros de formación, actividades de compromiso con la comunidad, acciones en orden a la caridad y a la promoción humana: jóvenes implicados en grupos de Cáritas, jóvenes que reparten comida a pobres y enfermos, jóvenes misioneros, jóvenes catequistas, jóvenes que animan la liturgia en sus comunidades…

¿Dónde está entonces el problema?

Es el mismo que de alguna manera afecta al laicado cubano en general: la proyección social de la fe, que ha estado condicionada por las relaciones de la Iglesia con el Estado y con la sociedad cubana, y por las dificultades que todo cristiano ha encontrado para vivir plenamente sus creencias en medio de la sociedad. Aunque, en esto, como en otras cosas, ha habido una evolución positiva o de normalización. Si antes se miraba con recelo desde la sociedad y el Estado este tipo de agrupaciones o de actividades, al comprobar que su vida no tiene como centro una acción política disidente, sino el crecimiento de la fe y la promoción humana en valores apreciados también por el conjunto de la sociedad, hoy estas dinámicas grupales se miran con mucha más naturalidad.

¿Cuál es la participación real de los jóvenes en la vida sacramental?

La mayoría de los jóvenes que hoy están en la Iglesia -hablo de muchachos y muchachas de entre 15 y 28 años, que es el rango de edad que manejamos desde la Pastoral Juvenil- proceden de familias  ateas o que no practican. Sus padres no los bautizaron, no practicaban, y muchos han venido espontáneamente a la Iglesia o por la invitación de amigos suyos. 

Cuando el joven llega a la Iglesia, normalmente se incorpora a un grupo de catecumenado juvenil durante un año o un año y medio, lo cual nos parece corto. Desde la Pastoral Juvenil estamos abogando por aumentar el tiempo y proponer un itinerario catecumenal para jóvenes más sólido y que unifique en todo el país el proceso de iniciación a la fe. 

Después de este año y medio, si no está bautizado se bautiza -que es en la mayoría de casos- y celebra la Primera Comunión en la Eucaristía. Generalmente, aunque el Código de Derecho Canónico recomienda que la Confirmación se celebre conjuntamente con los otros dos sacramentos de iniciación (Bautismo y Eucaristía), por razones pastorales nosotros lo hemos separado. Así, el joven se familiariza más con la vida cristiana, con la vida de la comunidad. La continuidad luego depende de si te encuentras en una parroquia con un proyecto de pastoral juvenil serio. Si hay un sacerdote, una religiosa o animadores que trabajen con seriedad y profundidad la pastoral juvenil, hay jóvenes. 

La participación del joven en la Iglesia no es espontánea, como puede serlo la de una señora de 60 años, que va a la iglesia todos los domingos, porque ya lo tiene incorporado a su vida. Y esto no sólo pasa con la vida religiosa de los jóvenes, sino con la vida educativa, social. Donde el joven, que está en un período de construcción de su identidad, encuentra acogida, respuesta a sus interrogantes…, allí va. Donde hay un trabajo serio en pastoral juvenil, hay jóvenes.

No existe, pues, esa transmisión intergeneracional de la fe…

El número de jóvenes que procede hoy de familias practicantes y que nunca dejaron de practicar a lo largo de estos 50 años es muy escaso. En encuestas realizadas por la ACU (Agrupación Católica Universitaria) dos o tres años antes del triunfo de la Revolución, el  porcentaje de gente que se manifestaba católica rondaba el 90%. Ahora, con una práctica religiosa mucho mayor que en la década de los 60 y 70, el número de practicantes ronda el 3% de la población. Hay un dato curioso, y es que casi el 60% de los niños que nacen son bautizados, lo cual habla de una revalorización de los cubanos por algún nexo sacramental con la Iglesia. Lo mismo pasa con las misas de difuntos.

Tomando en cuenta esos datos, entre ambos porcentajes ha habido un bache de, al menos, dos generaciones ausentes de la Iglesia. Ahí el papel de las abuelas en la transmisión de la fe ha sido un elemento importante para su recuperación.

Semilla de esperanza

Así las cosas, ¿qué espera la Iglesia de Cuba del futuro?

La Iglesia lleva en sí una semilla de esperanza, y eso es lo primero que puede aportar al futuro de Cuba. Una Iglesia pesimista deja de ser la Iglesia de Jesucristo. Y del futuro, espera poder desarrollar su misión sin limitaciones ni sospechas, que se pueda ser creyente sin marginación; la Iglesia tiene derecho a esperar que en Cuba el ateísmo no se proponga o se imponga como la única o la más adecuada percepción de la realidad, sino que pueda convivir como una opción posible entre varias que puede tener una persona para enfocar su vida, explicar la realidad o desarrollar su proyecto personal. Y que la propia sociedad acoja lo que la Iglesia hoy, desde los valores del Evangelio, puede aportar a la sociedad para el bien de la misma.

En el nº 2.643 de Vida Nueva.

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