A las seis y media de la mañana de un soleado domingo 28 de abril, desde el helipuerto vaticano situado en un ángulo de los jardines del pequeño Estado, despegaba un helicóptero blanco. A bordo del mismo, un sonriente Jorge Mario Bergoglio iniciaba su visita a Venecia, para participar en la inauguración de la Bienal (una de las mayores exposiciones de arte de nuestro tiempo), acompañado por un séquito papal muy reducido. En hora y media, aterrizaba en Giudecca, una de las islas de la laguna veneciana.
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A esa misma hora se abrían los cinco accesos a la plaza de San Marcos, donde iba a tener lugar, a las once de la mañana, la solemne eucaristía; los más madrugadores ya habían hecho cola y, poco a poco, los casi 10.000 fieles ocuparon sus puestos; para hacerlo, todos disponían del necesario billete de ingreso distribuido por las oficinas del patriarcado veneciano y habían sido controlados por un muy eficiente servicio de seguridad.
A pocos kilómetros de distancia, a las ocho de la mañana, el helicóptero había aterrizado en una explanada de la cárcel femenina de Giudecca, donde se erige el Pabellón de la Santa Sede en la Bienal. Apenas desembarcado, el Papa fue acogido por el patriarca de Venecia, Francesco Moraglia; el ministro italiano de Justicia, Carlo Nordio; y la directora del centro penitenciario, Mariagrazia Felicita Bregoli.
Sin más preámbulos, Francisco se dirigió al patio de la cárcel, donde le acogieron entre aplausos y no pocas lágrimas las 80 reclusas que allí cumplen sus condenas. El Santo Padre saludó individualmente a todas ellas junto a los agentes de la policía penitenciaria y a algunos voluntarios.
Después de los saludos, Bergoglio dio lectura a su discurso, iniciado con estas interpelantes palabras: “Queridas hermanas, queridos hermanos. Todos somos hermanos, todos, y nadie puede renegar del otro, nadie. He querido encontraros al comienzo de mi visita a Venecia para deciros que ocupáis un puesto especial en mi corazón”.
“Quisiera –prosiguió– que viviéramos este momento no tanto como una visita oficial, sino como un encuentro en el que, por gracia de Dios, nos damos los unos a los otros tiempo, oración, cercanía, afecto fraterno. Hoy, todos saldremos más ricos de este patio (tal vez, quien salga más rico seré yo) y el bien que nos intercambiaremos será precioso”.
Plena dignidad
Poco más adelante, dijo: “La cárcel es una dura realidad y problemas como la aglomeración, la carencia de estructuras y recursos o los episodios de violencia, generan mucho sufrimiento. Pero puede también convertirse en un lugar de renacimiento, renacimiento moral y material, en el que la dignidad de las mujeres y los hombres no es puesta en aislamiento, sino promovida a través del respeto recíproco y del cuidado de los talentos y capacidades, a lo mejor adormecidas o aprisionadas por las vicisitudes de la vida, pero que pueden salir a la superficie para el bien de todos y que merecen atención y confianza. ¡Que nadie quite la dignidad a una persona, nadie!”.
Prosiguiendo este razonamiento, Francisco añadió: “Por eso, es fundamental que también el sistema penitenciario ofrezca a los detenidos y a las detenidas instrumentos y espacios de crecimiento humano, de crecimiento espiritual, cultural y profesional, creando las premisas para una sana reinserción. ¡Por favor, no aisléis la dignidad, no aisléis la dignidad, sino dad nuevas posibilidades! Renovemos hoy aquí, yo y vosotros, nuestra confianza en el futuro. No cerréis la ventana, por favor. Mirad siempre al horizonte, mirad siempre al futuro con esperanza. A mí me gusta pensar en la esperanza como un ancla, sabéis, anclada en el futuro, y nosotros tenemos en nuestras manos la cuerda y vamos adelante con la cuerda anclada en el futuro. Propongámonos comenzar cada día diciendo: hoy es el momento apto; hoy es el momento justo; hoy recomienzo de nuevo, para toda la vida”.
Finalizada la directa y sencilla alocución, un grupo de las reclusas ofrecieron al Papa algunos regalos fruto de sus talleres. Manuela Cacco (61 años), una estanquera de Padua condenada a 16 años de prisión por asesinato, le ofreció un solideo blanco y, muy emocionada, le transmitió este sentido mensaje: “Le pedimos que lleve nuestras esperanzas en su corazón. Le aseguramos, Santo Padre, que rezamos por su alto ministerio y por su camino como guía espiritual”.
‘Ciudad refugio’
Tras el encuentro, el Papa argentino fue conducido a la capilla de la cárcel, bajo la advocación de santa María Magdalena, donde le esperaban un grupo de artistas que han trabajado en el Pabellón de la Santa Sede en la Bienal; entre ellos se encontraban Bruno Racine y Chiara Parisi, coordinadores de la exposición, configurada con las obras de arquitectos, fotógrafos u actores que han contribuido en esta propuesta innovadora y que estaban también presentes. Entre ellos, se encontraban Adriano Pedrosa, responsable de la Bienal 2024, y Pietrángelo Buttafuoco, el presidente de la más que centenaria institución cultural.
En nombre de todos ellos tomó la palabra el cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación. “Su visita –dijo dirigiéndose al Pontífice– es la primera que un Papa dedica a la Bienal del Arte y, como tal, constituye una etapa histórica y encarna el deseo de inaugurar una nueva era en las relaciones de la Iglesia con el mundo de las artes; un nuevo estilo en el que las convergencias plurales se tejan en la libertad. (…) No hemos buscado los artistas más cómodos. No hemos querido construir una trinchera o aislarnos en una visión. Por el contrario, invito a todos a que ‘la vean con sus propios ojos’–ese es el título del pabellón vaticano–”.
Francisco quiso dar a su presencia el carácter de una “devolución de la visita”, recordando que, en junio del pasado año, recibió en la Capilla Sixtina a un numeroso grupo de creadores artísticos. “Os confieso –destacó– que, junto a vosotros, no me siento como un extraño; me siento en casa porque el arte reviste el estatuto de ‘ciudad refugio’, una entidad que desobedece al régimen de violencia o discriminación para crear formas de pertenencia humana capaces de reconocer, incluir, proteger, abrazar a todos”.
“Islas solitarias”
“Sería importante –recalcó– si las diversas prácticas artísticas pudieran constituir una especie de ‘red de ciudades refugio’, colaborando para librar al mundo de antinomias insensatas y ahora carentes de sentido, pero que intentan tomar la delantera con el racismo, la xenofobia, la desigualdad, el desequilibrio ecológico y la aporofobia, ese terrible neologismo que significa ‘antipatía a los pobres’. Dentro de estas antinomias, está siempre el rechazo del otro. Es el egoísmo que nos hace funcionar como islas solitarias en vez de archipiélagos de colaboración”.
Y no dejó de dar a sus oyentes este consejo: “Hoy más que nunca, es urgente que sepamos distinguir claramente el arte del mercado. Ciertamente, el mercado promueve y canoniza, pero siempre está el riesgo de que vampirice la creatividad, robe la inocencia y, finalmente, adiestre fríamente para hacerse notar”.