Los mártires de Corea
Procedente de una familia conservadora opuesta a toda reforma y particularmente contraria al credo extranjero, Jeong-sun -también llamada Dowager Kim, segunda esposa del difunto rey- desencadena en 1801 la primera gran represión de los católicos coreanos, a quienes acusa de traidores y enemigos del Estado. Es la llamada persecución Sinyu.
En ese momento la cabeza de la comunidad católica es Jeong Yak-jong y es el primero en ser detenido por las autoridades y ejecutado en abril, en compañía de Yi Seung-hun, en la dramática primavera coreana de 1801. Su hijo mayor, Jeong Cheol-sang, también será ejecutado apenas un mes más tarde. En total, ese año se calcula que hasta 300 coreanos son martirizados y ejecutados por las autoridades, incluido el padre chino Vellozo.
Los supervivientes, especialmente los miembros de la nobleza, buscan refugio en las montañas, donde perseveran -de nuevo sin sacerdotes- durante más de 30 años. Pero el crecimiento de la Iglesia es imparable. Incluso en los más duros momentos de persecución, fieles coreanos visitan con frecuencia al obispo de Pekín, solicitando sacerdotes. También se dirigen al papa Pío VII en busca de apoyo, alegando la existencia de hasta 10.000 católicos en el país.
Las persecuciones contra los católicos se inscriben en la acción de un gobierno despótico mientras la corrupción medra en las instituciones, lo que deriva a abusos de las autoridades, inestabilidad social y revueltas populares como la liderada por Hong Gyeong-nae en 1811, que pese a los éxitos militares iniciales termina siendo sofocada un año después.
El castigo a los creyentes se agudiza en 1815 y 1827, pero pese a ello la Iglesia, entonces también símbolo de resistencia a la tiranía, sigue creciendo. La sangre de los mártires, como tantas veces en la historia, se convierte en semilla de cristianos.
En 1831 se constituye un Vicariato apostólico, pero el obispo no logra pisar el país dado que muere durante el difícil viaje, en Mongolia en 1835. Dos años después llega el monseñor Laurent Marie Joseph Imbert, acompañado de dos sacerdotes. Los tres se convertirán en mártires al año siguiente, en el curso de una nueva represión de las autoridades.
En 1845 llega a Corea el tercer Vicario Apostólico, acompañado de dos sacerdotes, y entre ellos el primero coreano, Andrés Kim Tae-gón, quien sufriría martirio apenas un año más tarde. Con todo, a la vuelta de veinte años, los católicos coreanos ya se cifran en unos 23.000.
Para entonces, también el número de mártires de la fe se cuenta por millares, pero no es más que un botón de muestra de lo que se avecina. En 1864 se produce un cambio dinástico y de nuevo sube al trono un menor de edad y es su padre quien ostenta la regencia. Son momentos en los que se implanta el proteccionismo económico y se decide cortar con toda influencia extranjera, a las que se culpabiliza de todos los problemas de Corea.
Se desencadena una nueva persecución que en un primer momento se cobra solo en Seúl la vida de unos 400 católicos, preludio de una tragedia en toda Corea que para septiembre de 1868 suma unos 2.000 fieles martirizados, cifra que en 1870 alcanza los 8.000, entre quienes sufren trabajos forzados o han sido asesinados por su credo.
Así pues, el coreano es otro de los capítulos de la historia de la Iglesia que se escribe contra la adversidad y las dificultades más insalvables, siempre bajo la luz del sacrificio de sus mártires. Y por ende, es una de las historias más admirables, en tanto que, pese a la brutal persecución de sucesivos gobiernos contra la Corea católica a lo largo de todo el siglo XIX, a comienzos del XX todavía se contaban hasta 50.000 fieles a la Palabra de Cristo.