Una reflexión a propósito del Sínodo de la Familia
PEDRO JOSÉ GÓMEZ SERRANO, profesor de Economía Internacional y Desarrollo (UCM) y colaborador del Instituto Superior de Pastoral (UPSA) | Ya está en marcha la segunda parte de este original Sínodo sobre la Familia, que se enfrenta a un doble desafío. Por una parte, el papa Francisco lo ha convocado convencido de que la praxis canónica y litúrgica de la Iglesia en este terreno ha alejado de la comunidad a millones de creyentes y que, de no cambiar de enfoque, existe un riesgo real de perder a la mayor parte de las nuevas generaciones. Por otra, los postulados eclesiales han sido tan rígidos y se han mantenido durante tanto tiempo que su modificación amenaza con abrir una fractura intraeclesial difícil de calibrar.
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Cunde el miedo: el de unos a que nada cambie; el de otros, a que se cuestione una doctrina que consideran intrínsecamente unida al núcleo de la fe, de modo que ha llegado a afirmarse que “ni el papa” puede cambiar la práctica y la doctrina actuales, disolviendo “lo que Dios ha unido”.
El asunto –que nos afecta directamente a todos– es demasiado complejo como para resolverlo en unas cuantas líneas, pero el Papa ha pedido expresamente a los bautizados que aportemos nuestro punto de vista para alcanzar una perspectiva más amplia e integradora ante esta problemática. Asumo la invitación y comparto mi visión de las cosas de un modo cuasi telegráfico:
(…)
Cuando uno lee los evangelios sin prejuicios, encuentra en Jesús a un representante de una familia atípica, que adopta un estilo de vida sexual extravagante para la época, que antepone la fraternidad universal con los débiles a los intereses familiares, que comprende todas las miserias que se producen en el ámbito afectivo y que se atreve a pedir que se deje todo por el Reino de Dios.
Ni Jesús defendió el prototipo de la “familia judía” o definió la “cristiana”, ni en él vemos una actitud justiciera ante sus debilidades. Y eso que para él la familia era tan importante como espacio generador de amor y de vida que se inspiró en ella para contarnos lo más importante que nos dejó dicho: que Dios es “padre-madre” y que nosotros somos “hermanos” y deberíamos comportarnos como tales.
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En el nº 2.960 de Vida Nueva
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