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Camilo precursor de la Teología de la Liberación


Cristianismo revolucionario

Camilo, precursor

 

La de la Teología de la Liberación fue una empresa tan arriesgada como había sido para Juan XXIII  la idea de un Concilio para renovar la Iglesia. Es inevitable ver como líneas paralelas en la historia, estos dos hechos: ambos novedosos, ambos demoledores de viejas estructuras, ambos orientados a la conversión, ambos impulsados por el Espíritu y ambos audaces.
Hablar de una teología que  no parte de una cita bíblica, o patrística, o papal, sino de la realidad histórica de los pobres, tenía que ser tan atrevido como reunir un concilio, no para condenar herejías o controvertir a un contrario, sino para abrir las cerradas y trancadas puertas y ventanas de la Iglesia, para que circulara libremente el viento del Espíritu.
En aquellos finales de la década de los sesenta los más apegados a la teología tradicional, venida de Europa y enseñada en los seminarios y universidades por egresados de la Gregoriana, difícilmente pudieron enunciar sin escándalo una teología, latinoamericana no tanto por su origen geográfico, sino porque se tejía alrededor de la historia concreta y actual de este continente. ¿No era descender demasiado y contaminarse de secularismo y de política?
Leo, en nuestros días, que los signos de los tiempos son signos mesiánicos, que no se imponen a la libertad porque apelan a la fe y a la acción. O sea que las acciones pueden ser vehículos de la gracia, o de su rechazo, razón por la que es necesario un discernimiento de esos signos de los tiempos que, centrados en los pobres y en las bienaventuranzas, revelan el sentido de la historia.
En esos tiempos de transición y de búsqueda, ¡qué gran apoyo fueron los precursores! Camilo, que sacudió más con la contundencia del hecho que con la fuerza de sus razonamientos evangélicos, y Gustavo Gutiérrez, con su libro profético, ellos dos abrieron caminos, desmantelaron estructuras de pensamiento, en un proceso renovador de fondo, que continuaron los obispos en Medellín, los  padres conciliares que escribieron como voceros del tercer mundo, o los inolvidables Valencia Cano, Méndez Arceo, Casaldáliga que reveló la vecindad entre el poeta y el profeta, y el mártir salvadoreño Oscar Romero, tan recordado por los periodistas que seguíamos como testigos oculares, la fragorosa historia centroamericana.
Estimulados por las voces de los pastores, o en asocio con ellos, aparecieron los grupos sacerdotales en los que se reunieron la palabra y la acción, el entusiasmo y la sabiduría, los avances y los retrocesos, las equivocaciones y los aciertos y, en cualquier caso, el movimiento impulsado por el Espíritu: Golconda, fui su testigo y cronista, Sal, Onis, los 80, Sacerdotes del Tercer Mundo.
Es un difícil discernimiento el que debe hacerse para medir su influencia en los movimientos revolucionarios, pero sería imposible desconocer que en todos estos movimientos, en mayor o menor grado, estuvo presente ese pensamiento nuevo,  así en Cuba, como en Nicaragua, El Salvador o Guatemala.
La sola lectura del plan de este libro ha sido suficiente para revivir voces y hechos que hoy se nos revelan como signos de los tiempos, que es preciso deletrear con la alegría y el esmero con que uno lee un mensaje escrito por el Señor de la Historia.
Gustavo Gutiérrez   enriqueció en esos años estos pensamientos,  al decir que lo primero es el compromiso de caridad; la teología viene después, porque, explica el comentario de Peresson al pensamiento de Camilo: “la teología se ha concentrado en reflexionar sobre la realidad desde la fe; de lo que se trata es de transformarla”.
Las polemicas de ayer parecen resueltas hoy en parte con expresiones como la que Aparecida repite en tres ocasiones en su documento final: “no se comienza a ser cristiano por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento”  frase rubricada por el papa Benedicto XVI.
Obedece a una lógica interna de los hechos, que el libro en que se reúnen las voces y testimonios de esa época, haya sido coordinado y editado por el padre Javier Giraldo. En él se convierten, en historia de hoy, los impulsos del Espíritu que uno encuentra en la Teología de la Liberación, llamada en su momento por el padre Kolvenbach, superior de los jesuítas “posible y necesaria”. Mientras el Papa Juan Pablo II hablaba de la Teología de la Liberación, como “no solo oportuna, sino también útil y necesaria”. VNC
VNC

Actualizado
25/02/2012 | 00:00
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