Un libro de Lucetta Sacaraffia (PPC) La recensión es de Dolores Aleixandre
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Título: Desde el último banco. Las mujeres en la Iglesia
Autora: Lucetta Sacaraffia
Editorial: PPC
Ciudad: Madrid, 2016
Páginas: 121
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DOLORES ALEIXANDRE | Cuando anunciaron que Vida Nueva iba a traducir y distribuir el suplemento femenino mensual Donne Chiesa Mondo de L’Osservatore Romano, confieso que experimenté cierto temor: a ver si va a tener ese lenguaje rancio y apolillado de exaltación del “genio femenino” al que tan acostumbradas nos tienen los documentos eclesiales. Por fortuna, no ha sido así, y lo leo cada mes con verdadero interés, en especial lo que escribe su directora, Lucetta Scaraffia. Me pareció espléndida su crónica del Sínodo sobre la Familia (4-25 de Octubre de 2015), al que asistió como oyente: el relato de “la única en todo el aula que llevaba pantalones”, como comentaba con humor, dejaba ver, detrás de su libertad y su desenfado, lo incondicional de su amor a la Iglesia.
Ahora PPC publica su primer libro en castellano: Desde el último banco. Las mujeres en la Iglesia, con un prólogo entusiasmado a la edición española (‘Alguien que se atreva’) a cargo de Pablo d’Ors, que empieza preguntándose: “¿Dónde había estado Lucetta Scaraffia hasta ahora? ¿Dónde están las Lucetta Scaraffia de la Iglesia? (…) Pocas veces he leído unas páginas que reflejen de modo tan elocuente –palpitante, diría– un amor tan doloroso por la Iglesia”.
Lucetta Scaraffia escribe desde el “último banco”, un lugar que nos resulta familiar a las mujeres y, desde ahí, se ven y se sienten las cosas de una manera muy diferente a como son percibidas desde “el presbiterio”. Sobre el tema de las mujeres en la Iglesia se han escrito ya muchas cosas, se han formulado críticas y quejas, se han hecho propuestas sensatas y valientes, pero en pocas ocasiones con tanta habilidad y competencia, con tanta solidez y profundidad de argumentos como en este libro. Y con tanto conocimiento de la historia también, porque, para su autora, mucha culpa de la situación de “fuera de juego” de la Iglesia en la sociedad viene de que la ha ignorado durante demasiado tiempo, como señala también en su prólogo original (‘Una utopía sin porvenir’) Corrado Augias, un escritor no católico.
Los títulos de los capítulos resultan, de entrada, demoledores: ‘Sin historia’, ‘Sin mujeres’, ‘Sin sexo’, ‘Sin futuro’, pero su contenido no responde a su provocativa formulación, sino que abre nuevas perspectivas sobre esas cuestiones (historia, mujeres, sexo, futuro…), suscitando preguntas y ofreciendo propuestas. Muchas de ellas van dirigidas no solo a las inercias eclesiales, sino también a cierto progresismo feminista que también ignora la historia.
Scaraffia parte de la convicción de que la semilla de igualdad entre hombres y mujeres fue sembrada por Jesús y nadie puede ahogarla e impedir su crecimiento, y que la realidad bautismal hace de la Iglesia una comunidad de iguales. Por eso, no se trata de imponer desde fuera ideas y praxis nuevas exigiendo que sean aceptadas, sino de lograr un reconocimiento de las verdaderas raíces del cristianismo, de su revolucionaria propuesta de igualdad entre hombres y mujeres en el reconocimiento de su diversidad. Es algo que la Iglesia sembró en la cultura, pero que ella misma fue dejando de lado, incapaz de comprender la audacia originaria del Evangelio.
Cuando el siglo XX afirmó la emancipación femenina, la Iglesia se quedó al margen como única institución en el mundo occidental que tiene a las mujeres relegadas en papeles marginales y subordinados, sin abrirse a la escucha de su voz en los momentos de las decisiones importantes. Las presiones que ahora recibe desde fuera no son más que consecuencia de una transformación que ella misma había promovido.
Temas debatidos
La postura de la autora sobe temas debatidos hoy nunca es convencional: es muy crítica con la pretensión de una total igualdad de comportamiento sexual entre mujeres y hombres, obtenida mediante la supresión de la circunstancia de la maternidad; cuestiona la homologación con “lo neutro” impuesta por la cultura dominante y, sobre el sacerdocio femenino, opina que la emancipación de las mujeres en la Iglesia puede y debe realizarse sin pasar por él, porque mantener una diferencia puede coexistir con la tensión ideal de la igualdad.
A la Iglesia le urge explicar y realizar en su interior la igualdad en la diferencia, repensar junto a las mujeres la imagen de Dios y pedir su colaboración para hacer que su defensa de la diferencia sexual y su valoración de la procreación sean el punto de partida para ayudar al mundo.
Desde que el teólogo y cardenal Yves Congar dijo que la Iglesia estaba frente a la doble tarea de llegar a ser más plenamente masculina y femenina, han pasado cuarenta años. Y es muchísimo lo que aún queda por hacer.
Publicado en el número 3.008 de Vida Nueva. Ver sumario