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Diario del Concilio


Un libro de Jacinto Argaya (Idatz, 2008), recensionado por Rafael Mª Sanz de Diego.

Diario Del Concilioc

 

Diario del Concilio

Autor: Jacinto Argaya

Ed. y notas de X. Basurko y J. Mª Zunzunegui

Editorial: Idatz

Ciudad: San Sebastián

Páginas: 625

 

(Rafael Mª Sanz de Diego, SJ) Sobre el Vaticano II se ha escrito mucho. Por las primeras crónicas, contemporáneas (J. L. Martín Descalzo, H. Fesquet, G. Caprile, entre otros), muchos estuvimos informados puntualmente de lo que ocurría en Roma. Pronto aparecieron ediciones de los documentos (BAC, Razón y Fe-Apostolado de la Prensa, ésta con buenas introducciones históricas) y diccionarios sobre ellos (M. A. Molina Martínez, A. Torres Calvo). Más tarde se han publicado historias (K. Schatz, G. Alberigo) y estudios (R. Latourelle, G. Martelet, A. Zambarbieri, J. Mª Laboa). Más recientemente, han ido apareciendo Memorias de protagonistas: Y. Congar, H. Küng, K. Rahner, J. Suenens, J. Guitton y varios más, entre ellos algunos obispos (R. González Moralejo entre los españoles y varios más entre los extranjeros; estos últimos los reseña una obra, de F. Álvarez Alonso y Mª L. Ayuso Manso, que recoge Fuentes conciliares españolasF. Quiroga, C. Morcillo y Conferencia Episcopal Española-, aunque de éstas se presenta sólo el inventario). Finalmente, S. Madrigal ha podido publicar Diez evocaciones del Vaticano II, rastreando en las Memorias de una decena de personajes variados y estudiar el itinerario teológico, tras las huellas del Concilio, de dos peritos conciliares. K. Rahner y J. Ratzinger.

Abundancia de datos

A esta abundancia de testigos se une ahora el Diario del Concilio de monseñor Jacinto Argaya. En la obra, ya citada, que recoge fuentes conciliares españolas, se afirma (p. 14, nota 8 ) que es “una de las fuentes más completas para la historia conciliar de la Iglesia española”. Sin duda lo es, ante todo por la abundancia de datos. El autor asistió a las cuatro sesiones conciliares, a las 168 Congregaciones Generales, a las 10 sesiones públicas, y participó en las 544 votaciones. Intervino siete veces de palabra (aunque no pudiese hablar, por tiempo, todas las veces que lo deseó) y varias más por escrito. Día a día va recogiendo las intervenciones de sus colegas, unas veces nominalmente y otras reflejando opiniones sin nombre. Tuvo especial interés en recopilar lo dicho en el aula o en las comisiones, logrando formar un apreciable archivo: unos 180 volúmenes. Además escribió, día a día, sus impresiones. Con algunas añadiduras posteriores quiso publicarlas en vida. No pudo ser entonces, pero dos sacerdotes donostiarras, X. Basurko y J. Mª Zunzunegui, lo han hecho tras su muerte.

Lógicamente, en estas páginas se transparenta la persona del autor. Navarro, con cargos en parroquias y en el Seminario de su diócesis, fue obispo auxiliar de Valencia desde 1952 y titular de Mondoñedo-Ferrol cuatro años después. Con este título participa en el Concilio. En 1968 accede como tercer obispo a San Sebastián, donde permanece hasta su jubilación (1979). Murió en Valencia en 1993.

Fue fundamentalmente un hombre bueno. Interpreta positivamente las tensiones, que no faltaron. Un detalle nimio, entre otros muchos, lo muestra: ofreció sitio en su casa a don Fidel García Martínez, obispo dimisionario de Calahorra, marginado por muchos debido a acusaciones que luego se demostraron falsas. Fue fiel en reflejar lo ocurrido, sin exagerar ni callar. Por mentalidad tendía al conservadurismo, y se ve en muchos detalles. Los editores del libro no lo eluden. Con frecuencia, en las notas a pie de página, ofrecen un contrapunto a los juicios benévolos del obispo de Mondoñedo, aduciendo las opiniones más críticas del diario de Y. Congar, de las Memorias de Hans Küng o de otros estudiosos de la época.

Fue ciertamente de tendencia conservadora, pero nunca extremista. Lo prueba su voto favorable a la Declaración sobre la Libertad religiosa, a la que se opusieron bastantes obispos españoles, y la ausencia de su firma en los escritos contra ella. No compartía con algunos de sus hermanos los temores que éstos auguraban, y fue capaz de evolucionar en éste y en otros temas.

Respecto al Episcopado español, confirma lo ya sabido: la escasa preparación con que fueron a Roma, su individualismo y su aislamiento. En parte por no saber idiomas. También por la lejanía del Colegio Español y la dispersión de alojamientos. Y no faltó como causa su convicción de que ellos eran más fieles que el resto de los obispos al Papa y a la tradición magisterial. Jacinto Argaya fue una excepción dentro del Episcopado español. Pudo mantener contactos con quienes hablaban francés e italiano y se entendió, con afabilidad, con otros de idioma distinto.

Multitud de eventos

Refleja minuciosamente los eventos conciliares, no sólo las sesiones -y la asistencia o inasistencia de sus hermanos en el episcopado-, sino también las conferencias que algunos peritos dieron a los padres conciliares, los Ejercicios y visitas que hizo, la preparación de sus intervenciones, el estudio de los documentos, las conversaciones con personas eclesiásticas. Aparecen también en las páginas de su Diario acontecimientos que ocurrían fuera de los muros de San Pedro: las muertes del estadounidense J. F. Kennedy, el soviético N. Khruschev, el General de los jesuitas, P. Janssens, y N. D. Diem, presidente católico de Vietnam. Le preocupa mucho la situación política en España, especialmente cuando muera Franco. También el estado de la Iglesia española y de su jerarquía, carente de liderazgo por la ancianidad del Primado, E. Pla y Deniel.

Estas páginas, leídas a casi cincuenta años de distancia, nos pueden deparar sorpresas, aunque sean ya conocidas, por ejemplo, la actitud progresista de J. Guerra Campos (p. 531). Sobre todo, introduce en el ambiente conciliar a quienes no vivieron aquellos acontecimientos, decisivos para la Iglesia y la humanidad, a los que el tiempo puede quitar sabor y mordiente. Sólo por esto -y hay más motivos- valen la pena su publicación y su lectura.

En el nº 2.642 de Vida Nueva.

Actualizado
02/01/2009 | 00:13
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