Un libro de José Luis Corzo (PPC). La recensión es de Antonio García Madrid
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Título: Don Milani: la palabra a los ultimos
Autor: José Luis Corzo
Editorial: PPC
Ciudad: Madrid, 2015
Páginas: 168
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ANTONIO GARCÍA MADRID | Reconozco que Lorenzo Milani me ha acompañado como importante referencia durante décadas. Es una referencia admirada, aún fresca y sugerente, a pesar del tiempo. De ahí que celebre cualquier publicación al respecto, en especial si viene de la mano de José Luis Corzo.
Incluí a Milani y a la escuela de Barbiana en los programas universitarios en el curso 1982-83, aunque he de reconocer –y con ello creo aludir a una clave importante para entender a Milani y descubrir los afanes de Corzo– que nunca ha sido una tarea fácil, al contrario de lo que suele ocurrir con otros grandes de la educación.
Milani no es un vanguardista al uso (ni lo fue, ni lo quiso, ni lo buscó). El común de los alumnos, es forzoso decirlo, no capta las claves milanianas con facilidad: para muchos, la sospecha o el rechazo aparece con la sotana, sin más; para otros, la rotundidad de las propuestas les desborda o, cándidamente, les espanta. Hoy la más que deficiente formación o la incredulidad más simple agravan esta incomprensión.
En cualquier caso, he contado siempre con la inestimable ayuda de las muchas traducciones publicadas por Corzo y con el hito que supuso su tesis doctoral, primer intento de estudio global entre nosotros, tan vivo hoy en tantas cosas. En definitiva, durante décadas José Luis no se ha cansado de ofrecer al lector español un buen número de textos dispersos e inaccesibles, pero esa deuda contraída con él es tan impagable como incomprendida en el medio universitario, que no termina de asimilar a Milani, a quien tengo como el responsable del discurso pedagógico de mayor alcance del siglo XX. Sin que Milani se reduzca o agote en ese discurso pedagógico.
Pues bien, cuando parecía que poco quedaba por decir, la aparición de la obra que aquí interesa, editada primero en Italia, ha supuesto tanto una nueva y grata sorpresa como –lo que es más valioso– disponer de un documento que a primera vista parece definitivo, pues no en balde Corzo vuelca en él cinco décadas dedicadas a Milani. Y desgrana, con la soltura que dan los años de trabajo, las cuestiones fundamentales, echa luz sobre algunos interrogantes pendientes e intenta el encaje de todas las piezas de manera acertada y coherente, a mi entender. A todo lo cual se añade una decena de textos de Milani, ya publicados por el autor.
Enraizado en su tiempo
Enunciaré ahora algunas de esas cuestiones en forma de pregunta, no sin advertir que nada se entenderá si se obvia la condición de sacerdote de Milani, con lo que ello supone, o sin pegarlas estrechamente a su trayectoria vital, la de un hombre enraizado en su tiempo y circunstancia como pocos, aunque ni ese tiempo ni lugar enclaustren su palabra o limiten su acción.
- ¿Qué hace un sacerdote en una escuela y con una escuela, cómo es posible que la escuela sea cuestión substantiva, nuclear, en su ser de sacerdote y no una mera cuestión accidental, de procedimiento o de método? Esta es la cuestión fundante de Milani, la que le hace ser maestro a fuer de sacerdote, sin disyuntiva posible. Planteamiento genuino, por otra parte, que no se encuentra en ningún educador de parecida talla, pero despreciada por la pedagogía oficial-académica y no suficientemente entendida ni seguida en el medio católico.
- ¿Por qué los últimos son los primeros en las preferencias de Milani, por qué los pobres y los desfavorecidos son los elegidos? Algunos buscarán la respuesta en el mandato evangélico. Claro está. Pero, en este caso, Milani da un paso más y asienta también la opción en el medio y circunstancias vitales, con los que se vincula porque los vive como reto esencialmente humano. Y en esto coincide, como en otras muchas cosas, con otro educador de primer línea, Freire, con el que no consta contacto: la miseria es condenable y rechazable no por ser miseria –que también– cuanto por restringir el horizonte vital y condenar a formas infrahumanas de existencia. ¿Cómo van a adueñarse de la Palabra quienes no tienen otro perspectiva que la subsistencia y sufren los azotes de los estereotipos impuestos, de la “extensión” o de la “invasión cultural” de Freire?
- ¿Por qué “la palabra” es la opción primera y casi exclusiva, por qué Milani no desea, como sacerdote-maestro, sino una escuela que dé la palabra a los abandonados y olvidados? Y de nuevo otra coincidencia con Freire, quien habla del derecho de los postergados a “decir la palabra”. La cuestión, en apariencia simple, es compleja y acepta muchos matices que Milani desgrana y Corzo echa sobre la mesa minuciosamente. No es solo aquello de que “la palabra es la llave que abre todas las puertas” o el dicho unamuniano “mi lengua es la sangre de mi espíritu”, como tampoco se reduce a pura didáctica escolar. No hay Palabra posible sin escuela, sin palabra.
- ¿Por qué un sacerdote católico –¡y converso, además!– se empeña en proponer una escuela aconfesional? No hay duda sobre esta posición, defendida y argumentada hasta el último momento. Quizá las circunstancias históricas italianas fueron una clave que pesaba en él (no excluir a nadie), pero no suficiente. Sabe que su catolicismo lo exige: una escuela en la que no hay hueco para el ateo no es una escuela cristiana. Y no duda en meter el dedo en la llaga del debate con palabras tan claras como duras para el confesionalismo: los defensores más empecinados suelen ser los de fe vacilante, vuestro grandioso proyecto solo ha parido el ratón del rendimiento individual, y el afán por el reconocimiento y los títulos no está lejos del Dios-Dinero.
Hay otras muchas cuestiones en el libro de Corzo. Pero una recensión no ha de ser más que un aperitivo o una invitación a la lectura, también de los textos de Milani. Hay pocas experiencias tan enriquecedoras como la de enfrentarse con el filo acerado de la palabra de este sacerdote.
En el nº 2.950 de Vida Nueva.