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El influjo de lo débil. Vida religiosa en medio del mundo


Un libro de Xavier Quinzà Lleó, SJ (Sal Terrae, 2013). La recensión es de Rosa Carbonell

El influjo de lo débil, un libro de Xavier Quinzà, Sal Terrae

Título: El influjo de lo débil. Vida religiosa en medio del mundo

Autor: Xavier Quinzà Lleó

Editorial: Sal Terrae, 2013

Ciudad: Santander

Páginas: 160

ROSA CARBONELL | Poner el dedo en la llaga es lo que, en opinión de quien esto escribe, hace Xavier Quinzà, jesuita valenciano, profesor en excedencia de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas, experto en ayudar a rehacer itinerarios vitales en contextos de marginación, en este libro que publica Sal Terrae, El influjo de lo débil. Vida religiosa en medio del mundo.

En un contexto de marginación parece encontrarse actualmente la Vida Religiosa apostólica en Occidente y, desde su experiencia en estos contextos, el autor se acerca a esta opción de vida con el deseo de “hacer un ajuste de cuentas personal”, después de casi 50 años de Vida Religiosa. Ajuste de cuentas que hace extensivo a la llamada “generación del Concilio”, aquellos hombres y mujeres que vivieron en primera línea, muy jóvenes aún, en plena etapa de formación, aquel vendaval del Espíritu.

Así pues, en el libro, como quien conduce mirando a la vez al frente y al espejo retrovisor, se recuerda y “se pone nombre” a lo vivido y se esbozan caminos nuevos “para gente nueva”.

Son nueve capítulos precedidos de una introducción y de unas palabras de gratitud a Benedicto XVI por su magisterio clarificador sobre el lugar de la Vida Religiosa en la Iglesia. Ya en la introducción, el autor plantea el núcleo de lo vivido en los últimos 50 años, con aciertos y errores: la búsqueda de Dios. Una búsqueda de Dios pobre y honesta, y un intento de hacerle presente en un mundo en cambio.

Esa búsqueda de Dios ha llevado a encontrarlo –o a dejarse encontrar por Él– en la oración personal, en la hondura del propio corazón, en la comunidad fraterna, en los barrios y ciudades, en los últimos de la sociedad. Y en el momento actual, esa misma búsqueda de Dios se convierte en una llamada a encontrarle “cuando tocamos la hondura de nuestro desconcierto”.

Desde ese desconcierto, pero sin dejarse amilanar por él, el autor mira al futuro con la convicción de que hay que seguir creciendo, por mucho que pesen los años y la soledad, y de que todo crecimiento implica una transformación. Transformación que ha de llevarse a cabo desde el núcleo mismo del ser: la pertenencia al Señor y el servicio a los hermanos. Y así sucesivamente, sin evadir los puntos delicados (fecundidad, poder, ausencia de herederos, crisis, desconciertos…), el autor nos recuerda la situación de Israel en el destierro y la necesidad imperiosa de volver atravesando el desierto sin saber a dónde ir, pero, como dice la carta a los Hebreos, “fijos los ojos en Jesús”.

Tampoco evita el autor el tema de la falta de significatividad de la Vida Religiosa en el mundo de hoy, la sensación de que su tiempo ha pasado, de que los que vivieron aquello están de más, y que los pocos que vienen detrás no quieren saber nada de sus historias, porque les resultan como “las batallitas del abuelo”. Una vuelta que no es sino un ponerse en manos del alfarero al que se le rompe la vasija y vuelve a modelar otra distinta. Ese es el desafío: atreverse a abandonarlo todo, para volver a recibirlo todo.

Desde ahí, Quinzà dedica un capítulo a los jóvenes y otro a lo que Juan Pablo II llamó “una cultura vocacional”. Son dos capítulos interesantes, por los itinerarios que plantea (interiorización, vertebración y configuración) y los diversos espacios que estos generan al cruzarse con los espacios de transformación (misión, comunidad, consagración), y que pueden sugerir caminos a quienes están directamente implicados en la pastoral vocacional.

Un libro sugerente, creativo, profundo, incisivo, que vale la pena leer despacio, y releer cuando queramos reflexionar sobre “lo que ha vivido” la generación del Concilio, a la que no se le permite ni olvidar lo que dejó atrás ni dejar de mirar a lo que está por delante.

En el nº 2.866 de Vida Nueva.

Actualizado
10/10/2013 | 22:05
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