Un libro del Equipo Europeo de Catequesis (EEC) (PPC, 2014). La recensión es de Jesús Sastre García
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Título: El lenguaje y los lenguajes en la catequesis
Autor: Equipo Europeo de Catequesis (EEC)
Editorial: PPC, 2014
Ciudad: Madrid
Páginas: 155
JESÚS SASTRE GARCÍA | Bienvenido sea un nuevo título de la colección ‘Didajé’, de la editorial PPC, publicado dentro de los Cuadernos AECA que dirige la Asociación Española de Catequetas. Este libro se une a otros publicados en esta colección y que son imprescindibles para los especialistas en Catequética, tanto por su contenido como por la oportunidad que ofrecen para repensar el tema de la iniciación a la fe en España.
El lenguaje y los lenguajes en la catequesis recoge las ponencias del Congreso del Equipo Europeo de Catequesis (EEC) celebrado en Malta entre el 30 de mayo y el 4 de junio de 2012. El tema abordado es el problema del lenguaje desde la vertiente catequética: “El lenguaje como lugar de la fe, no solo para decirla con palabras, sino para ser capaces de vivirla y ofrecerla a los demás” (p. 6).
De alguna manera, podemos decir que la crisis del lenguaje refleja la crisis de fe, de experiencia de Dios. Michel De Certeau precisó los dos cuestiones problemáticas del lenguaje de la Iglesia: “La primera es que no hay comunicación; la segunda es que no tenemos nada que comunicar”. Rotunda afirmación, que invita a reflexionar sobre el asunto con profundidad y preocupación.
“El lenguaje y los lenguajes de la fe”. Esta formulación requiere precisiones. “El lenguaje” de la fe se refiere a la dimensión fundamental del lenguaje y “los lenguajes” de la fe tienen que ver con la diversidad y complementariedad de lenguajes humanos con que expresamos la fe. La tarea de la catequesis, dice Bruno Forte, es “llevar a la palabra” el encuentro entre el Dios que viene y el hombre que peregrina por este mundo.
El lenguaje de la catequesis ha de ser “autoimplicativo, evocador y simbólico”. Por estas tres características, el lenguaje de la fe tiene “constitutivamente una estructura narrativa”. Con todo, no podemos obviar que la iniciación cristiana invita a entrar en un “mundo diferente”, que tiene serias dificultades para ser traducido a nuestros lenguajes.
Las dos primeras intervenciones del Congreso de Malta, que el libro recoge, ofrecen una reflexión desde la teología (S. Currò) y desde la filosofía (I. Verhack). Puesto este cuadro como referencia básica, se aborda la “ilación unitiva” del lenguaje y los lenguajes en la catequesis (J.-C. Reichert), aspecto clave para comprender el ámbito propio de cada uno de los términos, así como su relación.
Las aportaciones de las dos primeras ponencias son nucleares, densas y difíciles de sintetizar. Piden una lectura reposada para poder llegar a la experiencia que impresionaba a Pascal: “Jesús ha dicho cosas grandes de un modo tan sencillo que parece que no las haya pensado, pero de un modo tan preciso que es claro que las ha pensado. Esta claridad y esta sencillez a la vez son admirables” (cita en p. 41).
Los temas concretos tratados con precisión y profundidad por especialistas son los siguientes: el lenguaje de la fe y el lenguaje de los media (J. Borg); “Una palabra ha dicho Dios, dos he escuchado” (Sal 62, 12) (G. Papola); “La Biblia, el lenguaje o la Palabra de Dios en sus lenguajes” (C. Raimbault); y “El lenguaje de la Cruz y los lenguajes del anuncio” (F. Moog).
El hilo conductor del Congreso ha sido ir del lenguaje a los lenguajes, subrayando que también tenemos que “vivir-habitar los lenguajes del anuncio”. Como se afirma al final del libro (p. 150), las aportaciones del EEC están en la línea del proyecto del Concilio Vaticano II, anunciado por Juan XXIII en el discurso inaugural (11/10/1962), y el principio enunciado por Dei Verbum: “La Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios” (n. 8). De este modo, esta cita en Malta es una “contribución al acto de tradición de la Iglesia que no cesa de enriquecer la fe” (p. 151).
Las ponencias fueron complementadas con una serie de talleres que no quedan recogidos en el libro, y que abordaron los lenguajes concretos: los registros de la lengua, la poesía, el teatro y la narración (M. Campedelli); la interpelación de los niños (E. Osewska); el lenguaje litúrgico (J. Polfliet); y la catequesis como escuela del lenguaje de la fe (M. Scheidler).
Las páginas 52-56 ilustran, con Jn 1, 35-41, el programa básico de la catequesis: conocer a Jesús para creer en él, aproximarse a Jesús desde la búsqueda por el sentido de la vida, acercarnos a él conociéndonos mejor a nosotros mismos y lo que deseamos, entrar en su escuela y seguirle, iniciarse en su seguimiento, llevarle a los demás, dejarle el protagonismo a él y sus caminos. Si esto es así, debemos clarificar los preámbulos de la fe y pasar de los a priori racionales a los a priori existenciales, de la autología (yo respondo) a la dectología (aceptar con entusiasmo la novedad de lo recibido), toma de posición ante lo que pasa en el mundo, prestar atención a lo invisible en lo visible, y entender al ser humano como testigo de lo que se nos ha dado y fuente de posibilidades “en” nosotros.
Todo esto nos lleva a concluir que el lenguaje de la catequesis es el de la acogida, la interiorización, la aclamación y el cambio de vida. La tarea de las comunidades cristianas hoy consiste básicamente en comunicar la “experiencia relacional de la que vive la Iglesia”; la apropiación personal de la fe y el testimonio de los bautizados es imprescindible para que nuestros contemporáneos puedan “ver, tocar, experienciar” la vida de Dios que la Iglesia ha recibido de su Señor como gracia y misión. La comunidad que anuncia, celebra y vive el Evangelio “es en sí misma una catequesis viviente” (DGC 141).
En el nº 2.935 de Vida Nueva