Una obra de Laia de Ahumada (Fragmenta Editorial, 2011). La recensión es de Rosa Carbonell.
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Monjas
Autora: Laia de Ahumada
Editorial: Fragmenta Editorial
Ciudad: Barcelona
Páginas: 304
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ROSA CARBONELL | Monjas, de Laia de Ahumada, es un libro subversivo: destructor de la imagen aniñada y entontecida de esas mujeres que pasan su vida –según cree mucha gente– encerradas tras los muros de un convento, sin otra preocupación que la de rezar muchas horas, y desconocedoras de las penas y las alegrías de los demás seres humanos, empezando por los que quizá les lleven las provisiones necesarias para su cocina, les resuelvan los problemas de fontanería de su vieja casa y las atiendan y las curen cuando tienen que acudir al hospital…
Mucho menos pertenece al imaginario común la monja empeñada en mejorar las condiciones de vida de los más marginados, capaz de vivir con ellos la mejor solidaridad del Evangelio, siempre dispuesta a poner sus potencialidades profesionales, espirituales y materiales al servicio de sus coetáneos, hombres y mujeres de distintas razas, culturas y credos.
En Monjas, la autora nos presenta el retrato profundamente humano de veinte mujeres, entre los cuarenta y tantos y los ochenta años, que viven profunda, pero no platónicamente, enamoradas. Son veinte historias que parten de una pregunta (¿cuál es tu deseo profundo?), en las que los matices, las posturas, la luz, el gesto, los pone la entrevistada.
Pertenecen a distintos institutos religiosos, contemplativos, apostólicos, diocesanos o universales, algunos fundados hace siglos y otros de creación reciente. Mujeres que viven una plenitud y una libertad que hasta hace poco desconocían sus coetáneas seglares, a las que solo les quedaba como opción el matrimonio o el claustro, y, ciertamente, no por propia elección.
Las Monjas de Laia de Ahumada viven actualmente en distintos lugares de Cataluña, y a todas les tocó atravesar la transición política que supuso en España el fin de franquismo, y el vendaval del Espíritu que fue para la Vida Religiosa, y muy en especial para la Vida Religiosa femenina, el Concilio Vaticano II.
Mujeres que no se han ahorrado tampoco el proceso de transformación personal de quien entró con apenas veinte años –de los de antes– y ha tenido que “hacerse” dentro de su institución religiosa. Mujeres que han empleado y emplean su vida y su tiempo en la búsqueda del querer de Dios para ellas en un mundo roto, en el que sienten que no les está permitido “mirar para otro lado”.
Eso es para ellas la obediencia, buscada en y con la comunidad fraterna y –también hay que decirlo– apoyadas por unas superioras que distan también mucho de la imagen poderosa, lejana y autoritaria que suele evocar el término…
Mujeres teólogas, con y sin grado académico –algunas doctoras en distintas disciplinas– y místicas, en el mejor sentido de la palabra: capaces de encontrar a Dios en todo, y especialmente en la cercanía afectiva y efectiva con los más pobres.
Mujeres implicadas en el diálogo interreligioso, conscientes de la problemática de la mujer en la Iglesia, en la que viven sirviendo y sin deseo de poder, que han renunciado al amor exclusivo de pareja para vivir entregadas a Jesucristo, el Dios encarnado entre los pobres, y que hablan de que esa es su manera de vivir el celibato, la virginidad o la castidad, como queramos llamarlo.
Mujeres que viven la pobreza como desposesión personal y entrega del propio futuro a un Dios por el que se sienten profundamente amadas cada una como “única”. Y, curiosamente, casi todas experimentaron en sus años jóvenes, antes de pertenecer a sus respectivas ordenes religiosas, el rechazo y la negativa “a ser monja”, porque también en ellas estaba viva la imagen a la que hemos hecho referencia al principio de estas líneas.
Vale la pena leer Monjas. Y leerlo dejando que el corazón se esponje y la cabeza se alegre de ver tanta vida inmersa en la realidad de nuestro mundo, y tan hondamente feliz.
En el nº 2.790 de Vida Nueva.