Un libro de James Finley (Sal Terrae, 2014). La recensión es de Fernando Beltrán
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Título: El palacio del vacío de Thomas Merton
Autor: James Finley
Editorial: Sal Terrae, 2014
Ciudad: Santander
Páginas: 208
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FERNANDO BELTRÁN| Thomas Merton, cisterciense de proyección universal, nació hace cien años en Europa, vivió como monje en la Abadía de Getsemaní, en los Estados Unidos, y murió en 1968 en Asia. Ese itinerario vital ya es reflejo de la ancha geografía de su alma, la de alguien, por lo demás, muy familiarizado con Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. Sus escritos de carácter contemplativo, su sensibilidad social y artística y su diálogo con representantes de diferentes confesiones, artistas, intelectuales y personas comprometidas con su sociedad, han hecho de él un testigo de carácter único que, con el paso del tiempo, está obteniendo cada vez mayor reconocimiento debido a su visión profética y a la relevancia de su legado para nuestros días y para las generaciones venideras.
Su correspondencia con Juan XXIII, su encuentro con el Dalai Lama, sus escritos monásticos, su denuncia de la guerra, su compasión desde la soledad para con la familia humana, su sensibilidad ecológica y el lenguaje moderno con el que supo acercar la sabiduría de tradiciones contemplativas milenarias a la comprensión del siglo XX son fuente de inspiración y luz en momentos de cambios sin precedentes. En España se ofrece noticia puntual de los eventos en torno al centenario de su nacimiento en centenario-de-thomas-merton.webnode.es
La publicación del libro de James Finley en español, en ese contexto, constituye una contribución oportuna al catálogo de títulos de y sobre Merton, que calificaría de imprescindible; de hecho, en el ámbito angloparlante es referencia de obligada lectura para quienes desean conocer su visión quintaesencial, pues –como Finley indica– es fruto del contacto diario durante cinco años con su maestro, mientras fue novicio, en el marco de la formación monástica y de la dirección espiritual. Su redacción fue acrisolada en un clima de contemplación que hace a los lectores partícipes del espacio interior desde el que se concibió y reclama, a la vez que evoca, esa misma cualidad de atención orante que rezuman sus páginas.
El pequeño volumen, de hermosa y muy cuidada factura, está doblemente introducido de manera sencilla y honda por quien fuera secretario de Merton, el hermano Patrick Hart, OCSO, y por Henri M. Nouwen; unas páginas preliminares ofrecen apuntes biográficos de Thomas Merton y una útil cronología actualizada de su obra; cuenta, además, con una presentación expresa del autor a la edición española, un gesto de genuino aprecio por la feliz coincidencia con el quinto centenario del nacimiento de santa Teresa, además de un breve epílogo de Francisco Rafael de Pascual, OCSO, gran conocedor y difusor de la obra de Merton (ver Pliego de este mismo número), que cierra el volumen en perfecta sintonía con su sugerente contenido.
Don compartido
En palabras del autor, su redacción obedeció al deseo de compartir el don que recibió como monje trapense en contacto con su maestro de novicios, el padre Louis (nombre monacal de Merton), quien “escribió desde la misma sustancia de su vida” y fue “conocido en el mundo por su carisma para articular algo de la inefable realidad del Dios vivo”. Que la obra de Finley vea la luz en español es, a su vez, una expresión de gratitud del traductor, por ver en ella una puerta de entrada a la vocación inherente a toda persona humana, en nuestra condición de “monos”, uno (con nosotros mismos, con Dios y con los semejantes), a la vez que “nómadas del Absoluto”, para usar la pertinente imagen de Javier Melloni, pues todos compartimos la aspiración a cruzar el umbral de Dios y habitar en ese “Palacio del Vacío”, en el que “la miríada de cosas son una”, o, en la metáfora teresiana, en ese “Castillo” de un diamante o muy claro cristal, donde hay muchos aposentos, habitado por Aquel que, “como es Señor, trae consigo la libertad y, como nos ama, hácese a nuestra medida” (Camino de Perfección, 28, 11).
La obra de Merton ha sido objeto de estudio desde las perspectivas teológica, ecuménica e interreligiosa, mística, literaria y social, pero ningún libro había sido escrito con tal grado de simpatía interna. No es, pues, otro libro más sobre Merton, sino una destilación original de Finley, precisa y preciosamente tejida en comunión con el aliento espiritual de su maestro. Sus páginas ofrecen con trazos muy claros el dibujo del itinerario del ser humano al que se refiriera Merton en una carta a sus amigos en septiembre de 1968, poco antes de morir: “Nuestro verdadero viaje en la vida es interior, es cuestión de (…) una entrega cada vez mayor a la acción creadora del amor (…). Nunca como ahora fue tan necesario para nosotros responder a esa acción”.
Finley sintetiza magistralmente la enseñanza que permite avivar “el fuego que las enseñanzas de Merton sobre el verdadero yo aspiran a encender en nuestro corazón”, para disponernos a “superar los engaños, tan queridos como temidos, de nuestro falso yo”. Sus cinco capítulos son una meditación sobre el mensaje de Merton, cuyo valor “se cifra en la esperanza de que las palabras apunten a un yo (…) que tan solo en silencio escucha su propio nombre secreto”. Ponen voz al anhelo más hondo de nuestras vidas, en su búsqueda de sentido y plenitud. Finley descubre al falso yo en el origen de cualquier alienación, y nos muestra cómo la oración está llamada a provocar una completa transformación de la conciencia hasta que la vida entera, en cada expresión concreta, pueda mirarse con el ojo interior, como Dios la ve, entrañada en la Luz de su amor; hasta que lleguemos a darnos cuenta de que cualquier cosa que hagamos, cada pequeño acto, nos lo puede enseñar todo siempre que veamos “quién” es el que está actuando.
En el nº 2.924 de Vida Nueva