Un libro de Raniero Cantalamessa (EDICEP) La recensión es de Antonio Mª Calero, SDB
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Título: El rostro de la Misericordia
Autor: Raniero Cantalamessa
Editorial: EDICEP
Ciudad: Valencia, 2015
Páginas: 185
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ANTONIO Mª CALERO, SDB | El autor de estas páginas es el capuchino Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia desde 1980, cuando fue nombrado por san Juan Pablo II, y confirmado recientemente por el papa Francisco en ese ministerio pastoral.
Estamos ante una obra que –según reza su subtítulo– es un Pequeño tratado sobre la misericordia divina y humana. No es lo que llamaríamos un “tratado al uso”, ya que se trata de un conjunto de 18 capítulos, breves en general, y centrados, por una parte, en el comportamiento de Jesús ante diversas personas necesitadas de misericordia (Zaqueo, la adúltera, Mateo, la pecadora, la Samaritana, Pedro, Judas); y, por otra, en la reflexión acerca del valor misericordioso de la Pasión y Resurrección redentoras de Cristo, de la liturgia, y en particular del sacramento del perdón, para llegar al compromiso que a todos nos incumbe (el autor habla de “deber”) de tener misericordia con todos los hombres, siendo buenos samaritanos unos con otros.
El último capítulo de la obra (XVIII) está dedicado a presentar la presencia y la acción del Espíritu Santo como “paráclito (= misericordia)” del Padre, que hace de todos nosotros otros tantos pequeños paráclitos.
El planteamiento de la misericordia que hace el autor desde la clave del deber, sobre todo en la segunda parte de la obra (cap. XV), puede correr el riesgo de quedarse en la periferia jurídica del tema. Efectivamente, si la misericordia de Dios penetra en el corazón del hombre hasta transformarlo profundamente, no puede quedar reducida en el creyente a un simple deber con el que hay que cumplir puntualmente, como desde fuera.
Por el contrario, tiene que convertirse en una verdadera y permanente exigencia interior de todo seguidor de Cristo. Es cierto que en la parábola del siervo sin entrañas aparece el término deber (Mt 18, 33). Pero es igualmente claro que se trata más de una actitud de fondo que de una obligación impuesta desde fuera. La misericordia no se tiene o se cumple en un momento dado de la vida. La misericordia es un fuego interior constante que no da tregua, que tiene que ser ejercitada en todo momento y circunstancia con todos los hombres. No es, por tanto, un deber a cumplir, cuanto una exigencia interior a poner en acto de forma permanente. Dicho en clave de teología espiritual, no es un acto, sino un hábito desde el que se piensa, se habla y se actúa.
Por lo demás, resulta particularmente atractivo y sugerente el capítulo dedicado a presentar la misericordia como obra del Espíritu. Partiendo de la contraposición letra-Espíritu, recuerda el autor con Tomás de Aquino que “la ley nueva es principalmente la gracia del Espíritu Santo que es dada a los creyentes” (Summa theologica, I-II, q. 106, a. 1).
El Espíritu –afirma en este caso el autor– “enseña cuándo la ley debe ponerse aparte y ceder el paso a la misericordia” (p. 172). En la conclusión se hace ver que el mundo será salvado por la misericordia. Y no solo a nivel sobrenatural y escatológico, sino incluso en el plano social, especialmente en ese ámbito, precioso y frágil a un tiempo, que es la familia.
En el nº 2.979 de Vida Nueva