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Título: Ulises y la comadreja
Autor: Georg von Wallwitz
Editorial: Acantilado, 2013
Ciudad: Barcelona
Páginas: 192
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ÁLVARO MENÉNDEZ BARTOLOMÉ | El currículo de Georg von Wallwitz es interesante. Nacido en Múnich en 1968, se formó en Alemania y en Inglaterra en ese par tan recomendado por Platón: Matemáticas y Filosofía. Becado por la Studienstiftung des deutschen Volkes, fundación alemana para la excelencia académica, se doctoró y, a continuación, se trasladó a la Universidad de Princeton como Visiting Fellow. Dedicado a la gestión de fondos de inversión desde 1998 en DWS/Fráncfort, a partir de 2004 se establece como profesional independiente en una empresa de gestión de inversiones radicada en Múnich de la que es cotitular. Escribe habitualmente en la publicación económica Börsenblatt für die gebildeten Stände.
Últimamente, no es muy original afirmar que las crisis crean oportunidades. La originalidad radica más bien en dejar claro en qué consiste la oportunidad. Ya afirmaba Chesterton que el único modo seguro de coger un tren es haber perdido el anterior. Comparado con las seiscientas páginas del Pulitzer en Economía de 2010, Los señores de las finanzas, de lectura imprescindible, escrito por Liaquat Ahamed, economista formado en las universidades de Harvard y Cambridge, el librito de Wallwitz no se sostiene en pie: en poco más de una hora es posible leerlo.
Respecto al tema de la oportunidad, aquí se trata de ir abonando una básica cultura financiera basada en el sentido común. Para ello, Ulises y la comadreja es un buen comienzo, junto al cual recomendaría la lectura, por aquello de ampliar horizontes y conceptos, de Nosotros, los mercados y de Viaje a la libertad económica, ambos del español Daniel Lacalle, economista y reconocido gestor de fondos.
Astucia vs. ingenuidad
No se trata de abonar el clima de sospecha. Ni el ‘piensa mal y acertarás’ ni la excesiva confianza son buenos extremos. De todos modos, el crédito es algo que se negocia desde la entereza. Si alguien lleva muletas, es más fácil que crean que su lesión es verdadera si no pide limosna por ello.
La figura de Ulises es empleada a lo largo del libro como paradigma de la astucia frente a la ingenuidad incauta. La apuesta por el estudio de las humanidades como algo útil a la hora de entender ciertos aspectos de los mercados es fundamental. Evidentemente, no es suficiente. Sería como pretender entender la vida monástica solo con haber leído la regla de tal o cual orden.
Como dice el autor, “las humanidades no pueden explicar cómo funciona la bolsa, a pesar de contar con herramientas tan poderosas como la intuición y la lengua. Esa tarea les corresponde a los estudiosos de las finanzas. En cambio, sí pueden ayudarnos a entender qué es lo que sucede en la bolsa”. Es cierto que se requieren ciertos conceptos básicos: cualquiera que no los tenga será incapaz de comprender por qué es tan verdadera la conocida frase de Ron Paul: “Estamos creando dinero de la nada, hemos perdido el control”.
Si alguien dice que entiende algo, será mejor que antes se pregunte si sería capaz de explicárselo a un tercero. Darle voz a las humanidades supone asumir que uno nunca puede decir que sabe algo si no es capaz de hacérselo entender a otros. Es la clave de lo que es ser didáctico. En este sentido, Ulises y la comadreja lo es.
Aquellos maestros de la sospecha señalados por Ricoeur no eran otros que Nietzsche, Marx y Freud. La crisis actual, que suele pensarse en términos financieros, económicos y crematísticos, no es solo eso. Se ha repetido hasta la saciedad que va precedida o acompañada de crisis de valores, de virtudes, por la crisis moral. Las muestras de sinceridad y de verdadero interés por ayudar a otros suscitan a menudo recelos y suspicacias. No es bueno esto: el recelo es un índice a la hora de determinar si la bonhomía y la virtud son o no frecuentes.
Cuanto más recelo hacia el bien, mayor es la señal de su carencia. Abunda el instinto de suspicacia, lo escuálido. Nos hemos convertido en nuevos maestros de la sospecha. Con todo, existe un recelo sano e imprescindible. El lector puede acabar el libro y seguir sin saber qué son las mortage backed securities o los credit default swaps (pero es recomendable que se sepa), aunque sí habiendo captado clara una consigna muy tenida en cuenta por el inversor profesional: saber cuánto puedo perder es mejor que moverse únicamente por el cuánto podría ganar (Don’t lose money).
Sí, la prudencia, esa perfección de la razón práctica. No se trata de adquirir infalibilidad: Wallwitz demuestra que no es posible. Estamos en los mercados, no en una pecera con peces de colores. Si los mercados financieros fueran previsibles, no darían tantos quebraderos de cabeza.
En el nº 2.873 de Vida Nueva.