Este libro nace de dos convicciones: la primera es que la exigencia junto a la ternura debería ser el criterio pedagógico fundamental en el acompañamiento de los alumnos e hijos en su crecimiento como personas. En efecto, este criterio, aplicado con constancia y de forma simultánea, logra más fácilmente objetivos positivos cuando se aplica correctamente; es decir, cuando hay que ser exigente, se hace con ternura, y la ternura ha de ir acompañada de firmeza más que de permisividad.
La exigencia y la ternura parecen actitudes educativas contradictorias o que se excluyen. Sin embargo, en la vida de cada día, la exigencia sin ternura o la ternura sin exigencia hacen deficitaria la intervención educativa. La segunda convicción es que un buen acompañante educativo, tanto en el colegio como en la familia, ha de intentar hacer su tarea desde la síntesis entre el maestro que es, el educador que propone y el pedagogo que sabe aplicar la dosis conveniente en el momento oportuno.
Estas cartas han sido amasadas poco a poco, con los ingredientes de la experiencia personal y a través de múltiples charlas y encuentros con profesores, y en las Escuelas de Padres y Madres que el autor ha dirigido durante estos últimos casi veinte años. Su mirada se vuelve hacia los educadores que trabajan en la construcción de personas adultas tanto en el colegio como en la familia, dos lugares pedagógicos y educativos fundamentales cuya implicación y apoyo mutuo son imprescindibles para caminar en la misma dirección y para que el alumno-hijo advierta que, tanto en el colegio como en la familia, el norte está en el mismo sitio.