Un libro de Luciano Sandrin (PPC, 2008). La recensión es de José Ramón Amor Pan.
Frágil vida. La mirada de la teología pastoral
Autor: Luciano Sandrin
Editorial: PPC
Ciudad: Madrid
Páginas: 174
(José Ramón Amor Pan) Estamos en Pascua. Celebramos la Vida, así, con mayúsculas. Es una exigente memoria, sin duda alguna. Por eso mismo, les recomiendo esta pequeña obra del presidente del Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria que los Camilos tienen en la Ciudad Eterna, porque -como señala nuestro autor- “una Iglesia que no esté atenta a los pequeños, a los pobres, a los enfermos y a los sufrientes no es la comunidad de Cristo”. Palabras duras, ¿no les parece? Pero totalmente ciertas.
No podemos olvidar que a la Vigilia Pascual le antecede el Viernes de Pasión… Como escribe Luciano Sandrin, “cada uno de nosotros ha sufrido en la vida. Y algunas heridas son difíciles de cicatrizar… En el dolor, la presencia de aquellos que nos aman, que nos asisten y que nos cuidan puede ser el signo de una pertenencia que creíamos perdida, de una relación que recompone los fragmentos de nuestro cuerpo y de nuestra vida, de un sostén a nuestra esperanza”.
La vida es frágil, eso está claro; y la humana, todavía más: probablemente, la mejor definición de lo humano sea que el hombre es un animal vulnerable, como tituló Juan Masiá una importante obra de antropología hace ya algunos años. Y esa fragilidad hace más importante a la comunidad, al grupo que acoge, respeta, cuida y ama a todos y cada uno de sus integrantes; porque todos somos frágiles y, por eso mismo, igualmente valiosos y merecedores de atención y entrega. Por esa razón, “el dolor interroga y pone a prueba no sólo al individuo que está implicado en él -su fuerza y sus valores-, sino también los vínculos familiares y sociales, su fuerza real o solo aparente”, dice Sandrin. Quienes quieren huir o enmascarar el sufrimiento propio o ajeno toman una salida falsa, deshumanizadora.
El sufrimiento del otro es provocación al servicio y a la compañía”. Ésta es la verdadera respuesta, la única que humaniza al que sufre y a quien lo contempla y asiste responsablemente. En los momentos frágiles de la vida, el Espíritu Santo expresa la riqueza de sus dones de amor a través de nuestra ternura y cercanía. Aquí es donde la Iglesia tiene que dar el do de pecho; y, presentando de forma humilde pero real, en adecuados moldes comunicativos, lo que ella hace y por qué lo hace, estará dando de forma más que plausible un adecuado testimonio del Resucitado. Porque “sirviendo a las personas anunciamos la Palabra del Padre y ensanchamos los confines del Reino fundado por Cristo”.
En el nº 2.658 de Vida Nueva.